Mi principal duda en este momento es si la gente realmente se está volviendo tonta, si se creen que los tontos somos los demás, o si el que se está volviendo rematadamente gilipichis es un servidor.
Ayer leía en el diario “El Mundo” (El inmundo que le dicen algunos) la noticia según la cual “Unos 200 colegios públicos españoles han incorporado el ‘mindfulness’ al horario escolar”. Para empezar ya son ganas de meter palabros en extranjero cuando en español tenemos vocabulario más que de sobra, pero no me negarán que si lo dices en inglés queda la cosa mucho más chic.
¿Se puede saber qué es eso tan chic del ‘mindfulness’? Pues lo explica el mismo artículo perfectamente. Quiere decir que se agarra a los niños del cole, desde muy chiquitines, “adoptan la postura del loto, cierran los ojos, respiran hondo y elevan las palmas de las manos al estilo hindú mientras cantan un mantra que dice: «Sa, re, sa, sa. Sa, re, sa, sa». Suena el sitar. En la pizarra digital, una flor abre y cierra sus pétalos desde YouTube. Nazaret, Rayan y Emilia tienen sólo cinco años, pero mantienen la concentración como yoguis experimentados”.
Por lo visto es una práctica tan interesante que en muchos colegios “tanto públicos como privados” se realiza a diario, hasta el punto de que “el Gobierno de Canarias ha sido pionero al implantar por primera vez este curso una asignatura obligatoria y evaluable que se llama Educación Emocional y que incluye un poco de mindfulness en el plan de estudios”.
Sí, sí, están leyendo y comprendiendo perfectamente. A ver. Si a un niño de cinco años lo agarra un profesor católico, lo coloca de rodillas ante una imagen de Jesús o de María, le pide que junte las manitas y que repita unas avemarías, está haciendo un asqueroso acto de proselitismo, manipulación de conciencia, usurpación de cosas que son propias de la familia y metiendo lo que pertenece a la intimidad del individuo en la esfera de lo escolar. Pero claro, es un profesor católico.
Ahora bien, si a ese mismo niño lo agarra un experto en mindfulness, lo sienta en la postura del loto, hace que coloque sus manitas elevadas y repita cada día durante quince minutos eso tan bonito de “«Sa, re, sa, sa. Sa, re, sa, sa», entonces es otra cosa, aunque parezca que el chiquitín diga sarasa, sarasa, malpensado que es uno.
¿Frutos de esta práctica? Pues según el mismo diario “la proporción de alumnos que pasa al instituto con todas las asignaturas aprobadas ha crecido del 5% al 70%”. Que sí, que eso dicen, que en cuanto los han puesto a meditar con lo del sarasa, sarasa aprueban las materias como por ensalmo. ¿Qué ustedes no se lo creen? Ese es su problema, porque los niños van de cine.
Está clarísimo, la religión católica fuera de las aulas, por más que seamos un país católico, que es por lo visto lo que joroba. Y respeto a la conciencia de los niños, que enseñarles el Jesusito de mi vida es convertirles en el futuro en depravados sociales (que, por cierto, no creo yo que los concejales madrileños con esos tuits tan terribles se hayan educado en las ursulinas, al revés, todos estos anti sistema manifiestan especiales simpatías por lo del “om”).
Desde chiquitines. Religión católica prohibida. Postura del loto, mantras y filosofía budista, obligatorios. ¿Comprenden? Algunos cada día más espabilados, y nosotros cada vez más memos. Y encima habrá padres felices de que sus niños aprendan lo del sarasa, sarasa creyendo que así llegarán a ser Einstein. O al menos, concejales de Podemos, que digo yo que para ser esta gente tan amiga de lo oriental, luego se cabrean por todo.
No entiendo nada. Será cosa de los sesenta años que me han afectado las neuronas.
A mi alguien me dice que me obligan a saresasearme en el colegio y me voy de clase.