Capítulo uno: Leven anclas.-
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Hay cierto lugar en Meridian, un lugar sombrío, un lugar oscuro, místico y enigmático el cual nadie se ha atrevido explorar. ¿Por qué? Desconocimiento, ignorancia, falta de recursos y miedo. Sin embargo, un día, alguien lo llegará a descubrir. Llegará a desentrañar los secretos que ocultan esas misteriosas islas…las islas meridianas…
Era una mañana calurosa y soleada como siempre en la Costa Este, yo acababa de despertar y ya eran como las diez de la mañana. Como me es de costumbre me eché una mirada al espejo, fui a la cocina y me serví media taza de agua fría. Al parecer sería un día normal. Me vestí, alisté mi red de pesca y mi bote y me preparé para iniciar la faena de todos los días. Si vives en la Costa Este, la mejor manera de ganarte la vida es pescando y eso es a lo que me dedico yo.
Ya en el mar procedí a tirar la red al agua y me quedé esperando a que mi gran y suculento botín diario de peces venga a mí. Todo se mantenía sereno y tranquilo hasta que de repente un destello a lo lejos me cegó y a lo lejos se acercaba una gran ola. Esta llegó hacia mi barca derribándola y haciéndome caer al agua.
Después de lo ocurrido tuve que volver a casa con las manos vacías ya que por alguna extraña razón los peces no emergían de las profundidades así que no me quedó de otra que comprar comida en el mercado del pueblo en el que vivo cosa que me causó gran problema debido a que últimamente la economía está en una fase muy crítica y el precio de cualquier producto, sea el que sea, se elevó a unas cifras totalmente mucho más caras que sus originales. Me encontraba sólo en mi casa debido a que mi esposa embarazada fue a un seminario para tratar la llegada de un nuevo niño. Puse la comida sobre la mesa, cogí un buen trago y agradecí a nuestro buen Dios por un día más de vida y alimentos. Entonces empecé a disfrutar de mi humilde pero suculento banquete por un par de minutos y gracias al alcohol tuve un reconfortante sueño el cual se vio interrumpido por un llamado en la puerta, fui a contestarlo y vi que era un hombrecillo pequeño y delgado de aspecto débil pero serio:
-Señor Kayne, un gusto conocerlo-. Dijo el hombrecillo dándome la mano.
-¿Quién es usted?-. Respondí.
-Soy Khart´izad, ayudante sacerdotal, he venido para solicitar su presencia en el Sacro-Arctum, necesitamos la ayuda del mejor pescador en Meridian y creemos que usted lo es-. Contestó el curioso personaje.
Al oír esto me eché a reír, no encontré NADA de credibilidad a sus palabras, quizá era uno de esos estafadores que te citaban a un lugar para asaltarte o algo así. Obviamente esto no le hizo nada de gracia a el pequeño hombre y enfadado dijo:
-¿Qué sucede?¿Encuentra gracioso algo de lo que he dicho señor?.- A lo que yo respondí-. Claro, duendecillo, de por sí tu feo rostro me causa mucha…-. Antes de poder completar lo que iba a decir el hombrecillo desenvainó un sable de la cruz que portaba en su espalda y rápidamente lo presionó con delicadeza contra mi garganta, yo quedé sorprendido ante esa reacción tan hostil.
-Usted vendrá, no tengo tiempo para semejantes actos de grosería-. Dijo esta vez con un tono más colérico.
Yo asentí con la cabeza y le dije que me iría a alistar y que si deseaba me podría esperar durante ese rato, el accedió y se mantuvo esperándome en la puerta.
Minutos después salí listo para el viaje y así fue como nos encaminamos a los Valles del Sur para empezar la verdadera travesía. Salimos muy temprano, a las 5:00 a.m exactamente. Fuimos a pie bordeando la costa, nos tardamos cuatro horas sin descanso hasta llegar a una gran estación en la cual un hombre en una carrosa nos llevó hacia los pies de la sierra baja. Allí, tomamos prestados un par de caballos los cuales nos llevaron por el altiplano. Los corceles nos fueron de mucha ayuda, sin embargo no pudimos subirlos a las peligrosas cordilleras así que los tuvimos que dejar abajo. Ya pasados tres días y cuatro horas subiendo las duras montañas llegamos a la cima de la Sierra Alta. Decidimos comer un poco y alistamos todo para un delicioso desayuno. Juntos, vimos el hermoso amanecer, tan resplandeciente, tan bello, era como la creación, era como el nacimiento de una nueva estrella que reemplazaba lo que conocíamos como “Sol”.
Después de media hora decidimos bajar y seguir nuestro. Finalmente llegamos a divisar parte de los Valles del Sur. Ya cerca de nuestro destino Khart´Izad dijo:
-¿Tienes familia?
-Sí, tengo una esposa y un hijo que aún no nace, pero ya pronto…-. Dije yo.
-Hablas mucho humilde pescador, sería una pena que perdieras esa lengua-. Me interrumpió.
Sus palabras me impactaron un poco pero no le di tanta importancia y continué siguiendo su paso. Al llegar a la entrada unos hombres altos y embutidos en unas recias armaduras de frío acero observaron a mi guía y rápidamente retrocedieron dejándonos pasar.
Ya dentro del reino la gente se acercó a por montones y echaron a gritar. Entre la multitud pude ver muchos rostros, expresaban admiración, otros alegría otros sorpresa, otros odio...Los niños corrían y la gente se aglutinaba a nuestro alrededor.
Tras horas de camino y ovación llegamos a una gran estación de las más finas y elegantes carrosas hechas de la madera más refinada que jamás haya visto. Mi pequeño guía me invitó a subir a uno de esos carruajes y luego de esto nos fuimos a paso de caballo. Viajé bien, el espacio era grande y cómodo. Había una agradable vista y los asientos aterciopelados hacían de mi estadía algo muy confortable. Solo había una cosa que me incomodaba y era la inquietante presencia del peculiar hombre que me acompañaba: Khart´Izad. No sabía por qué, pero algo en él me producía una extraña sensación que me perturbaba…
Era una mañana calurosa y soleada como siempre en la Costa Este, yo acababa de despertar y ya eran como las diez de la mañana. Como me es de costumbre me eché una mirada al espejo, fui a la cocina y me serví media taza de agua fría. Al parecer sería un día normal. Me vestí, alisté mi red de pesca y mi bote y me preparé para iniciar la faena de todos los días. Si vives en la Costa Este, la mejor manera de ganarte la vida es pescando y eso es a lo que me dedico yo.
Ya en el mar procedí a tirar la red al agua y me quedé esperando a que mi gran y suculento botín diario de peces venga a mí. Todo se mantenía sereno y tranquilo hasta que de repente un destello a lo lejos me cegó y a lo lejos se acercaba una gran ola. Esta llegó hacia mi barca derribándola y haciéndome caer al agua.
Después de lo ocurrido tuve que volver a casa con las manos vacías ya que por alguna extraña razón los peces no emergían de las profundidades así que no me quedó de otra que comprar comida en el mercado del pueblo en el que vivo cosa que me causó gran problema debido a que últimamente la economía está en una fase muy crítica y el precio de cualquier producto, sea el que sea, se elevó a unas cifras totalmente mucho más caras que sus originales. Me encontraba sólo en mi casa debido a que mi esposa embarazada fue a un seminario para tratar la llegada de un nuevo niño. Puse la comida sobre la mesa, cogí un buen trago y agradecí a nuestro buen Dios por un día más de vida y alimentos. Entonces empecé a disfrutar de mi humilde pero suculento banquete por un par de minutos y gracias al alcohol tuve un reconfortante sueño el cual se vio interrumpido por un llamado en la puerta, fui a contestarlo y vi que era un hombrecillo pequeño y delgado de aspecto débil pero serio:
-Señor Kayne, un gusto conocerlo-. Dijo el hombrecillo dándome la mano.
-¿Quién es usted?-. Respondí.
-Soy Khart´izad, ayudante sacerdotal, he venido para solicitar su presencia en el Sacro-Arctum, necesitamos la ayuda del mejor pescador en Meridian y creemos que usted lo es-. Contestó el curioso personaje.
Al oír esto me eché a reír, no encontré NADA de credibilidad a sus palabras, quizá era uno de esos estafadores que te citaban a un lugar para asaltarte o algo así. Obviamente esto no le hizo nada de gracia a el pequeño hombre y enfadado dijo:
-¿Qué sucede?¿Encuentra gracioso algo de lo que he dicho señor?.- A lo que yo respondí-. Claro, duendecillo, de por sí tu feo rostro me causa mucha…-. Antes de poder completar lo que iba a decir el hombrecillo desenvainó un sable de la cruz que portaba en su espalda y rápidamente lo presionó con delicadeza contra mi garganta, yo quedé sorprendido ante esa reacción tan hostil.
-Usted vendrá, no tengo tiempo para semejantes actos de grosería-. Dijo esta vez con un tono más colérico.
Yo asentí con la cabeza y le dije que me iría a alistar y que si deseaba me podría esperar durante ese rato, el accedió y se mantuvo esperándome en la puerta.
Minutos después salí listo para el viaje y así fue como nos encaminamos a los Valles del Sur para empezar la verdadera travesía. Salimos muy temprano, a las 5:00 a.m exactamente. Fuimos a pie bordeando la costa, nos tardamos cuatro horas sin descanso hasta llegar a una gran estación en la cual un hombre en una carrosa nos llevó hacia los pies de la sierra baja. Allí, tomamos prestados un par de caballos los cuales nos llevaron por el altiplano. Los corceles nos fueron de mucha ayuda, sin embargo no pudimos subirlos a las peligrosas cordilleras así que los tuvimos que dejar abajo. Ya pasados tres días y cuatro horas subiendo las duras montañas llegamos a la cima de la Sierra Alta. Decidimos comer un poco y alistamos todo para un delicioso desayuno. Juntos, vimos el hermoso amanecer, tan resplandeciente, tan bello, era como la creación, era como el nacimiento de una nueva estrella que reemplazaba lo que conocíamos como “Sol”.
Después de media hora decidimos bajar y seguir nuestro. Finalmente llegamos a divisar parte de los Valles del Sur. Ya cerca de nuestro destino Khart´Izad dijo:
-¿Tienes familia?
-Sí, tengo una esposa y un hijo que aún no nace, pero ya pronto…-. Dije yo.
-Hablas mucho humilde pescador, sería una pena que perdieras esa lengua-. Me interrumpió.
Sus palabras me impactaron un poco pero no le di tanta importancia y continué siguiendo su paso. Al llegar a la entrada unos hombres altos y embutidos en unas recias armaduras de frío acero observaron a mi guía y rápidamente retrocedieron dejándonos pasar.
Ya dentro del reino la gente se acercó a por montones y echaron a gritar. Entre la multitud pude ver muchos rostros, expresaban admiración, otros alegría otros sorpresa, otros odio...Los niños corrían y la gente se aglutinaba a nuestro alrededor.
Tras horas de camino y ovación llegamos a una gran estación de las más finas y elegantes carrosas hechas de la madera más refinada que jamás haya visto. Mi pequeño guía me invitó a subir a uno de esos carruajes y luego de esto nos fuimos a paso de caballo. Viajé bien, el espacio era grande y cómodo. Había una agradable vista y los asientos aterciopelados hacían de mi estadía algo muy confortable. Solo había una cosa que me incomodaba y era la inquietante presencia del peculiar hombre que me acompañaba: Khart´Izad. No sabía por qué, pero algo en él me producía una extraña sensación que me perturbaba…