¡Sigo viva, maldita sea! Siento no haber dado señales de vida en todo este tiempo, habrá pasado como... ¿un año? No lo sé, la cosa es que ahora les traigo el principio de lo que podría ser un nuevo fic. No obstante, para entenderlo deberías informaros, ya que proviene del juego llamado League of Legends (o LoL para avrebiar) que pertenece a Riot Games. Esto está inspirado en una partida que tuve (la cual me fue de pena), me hizo mucha gracia porque, justo después de que mi personaje muriera, murió otro y fue como si intentara acercarse al mío antes de morirse. Ya les pasaré el link de las animaciones de dichos personajes al final del prólogo.
Prólogo
Cuando apareció en La Fuente –el lugar dónde todos aparecían al revivir—, el equipo enemigo acababa de destruir el generador de los súbditos más poderosos conocidos como Súper Súbditos y se disponían a destruir las Torretas que protegían el Nexo que, si se veía destruido, todo habría terminado para él y su equipo. Su número de re-spawns se había acabado y eso significaba que si moría, no volvería a aparecer. Aún teniendo eso en cuenta, la Sombra de la Guerra abandonó La Fuente sin hacer preparativos siquiera. Con un grito de guerra, cargó contra los oponentes del equipo contrario realizando su habilidad definitiva. Tras él y a ambos lados aparecieron jinetes espectrales que tiempo atrás, lucharon a su lado en la guerra. Uno de sus objetivos chilló despavorido, pero un aliado le protegió disparando plasma contra el fantasma acorazado. Sin importarle el daño que le hizo el enemigo, frenó en seco y alzó la mano para que al cabo apareciera una esfera de fuego fatuo en su mano. Al instante, un gran anillo de fuego fantasmal apareció a su alrededor, infligiendo daño a todos los que tuviera alrededor. Pocos gruñeron sin recibir mucho daño; gracias a sus objetos habían ganado resistencia contra los dos tipos de daños, tanto físicos como mágicos. Poco tiempo pasó antes de que tal anillo desapareciera. Entonces, todos esos oponentes que tenían alrededor concentraron sus ataques en él, prepararon sus ataques para que todos impactaran al mismo tiempo.
Alguien le gritó desde La Fuente que se retirara. Con un gruñido, le dio la razón y se dispuso a abandonar la lucha para recuperarse, pero los ataques ya estaban listos y le alcanzaron de pleno. Con un aullido de dolor, tropezó con sus extremidades y cayó al suelo. Intentó levantarse en vano, apoyándose en su fiable lanza de guerra. Otra voz –esta vez femenina—gritó su nombre y exhausto, alzó la cansada mirada hacia dónde provenía esta y consiguió distinguir una figura que se deslizaba sobre corrientes de agua para socorrerle. Era una criatura hermosa para muchos, repleta de escamas brillantes, con detalles de un mineral oscuro y extraño que incluía gemas azules como el zafiro, incrustadas como decoración. Al reconocerla, le dijo que se retirara entre gruñidos. Ella ignoró su orden y alzó su báculo para estampar el comienzo de este contra el suelo de piedra. Una ola gigante apareció de la nada, abriéndose paso y destruyendo súbditos menores enemigos y causando un daño mágico a los agresores de su compañero. Se acercó para aportar a la Sombra de la Guerra energía, liberando una corriente de agua que saltaba de aliados a enemigos. Los efectos de su habilidad dieron resultado y él tuvo oportunidad de levantarse aunque fuera con esfuerzo. Ambos se disponían a regresar a su base cuando un conjunto de energía dorada en forma de arco los golpeó. Ella recibió bastante daño, pero siguió en pie. En el mismo instante en el que el ataque enemigo los alcanzó, un grito de dolor brotó de uno de los de su equipo. Él intentó apoyarse sobre dos de sus cuatro extremidades, sacudiendo las delanteras pero, en pocos segundos cayó de costado. “Ha muerto un aliado” dijo la voz del Invocador Árbitro, quien nadie había visto jamás. La Invocadora de las Mareas se quedó parada, observando espantada el cuerpo sin vida del guerrero espectral. Miró hacia el lado solo para contemplar como un ataque le alcanzaba y, al impacto, caía al suelo. Se sintió de repente seca, como si el agua que le permitía vivir se hubiera marchado. En un intento de moverse, golpeó el suelo con su cola como un pez fuera del agua, consiguiendo agitarse penosamente. Oyó pasos apresurados y comprendió que no faltaba mucho para que la primera torreta cayera. Su vista se agitaba, mostrando dobles de todo lo que sus ojos lograban detectar. Lentamente, consiguió apoyarse sobre su delicada y pequeña barbilla: el cadáver de él seguía ahí. Cuando la voz del árbitro anunció la destrucción de una Torreta, reunió las fuerzas necesarias para sostenerse sobre sus delgados brazos. Con esfuerzo, se arrastró hasta el muerto y estiró una de sus manos hacia él. Finalmente, volvió a golpear el suelo; su vista ya no era clara y mostraba todo mas oscuro de lo normal, mas borroso. Su mano quemaba debido a que estaba tocando algo en llamas, o por lo menos, eso era la sensación que le daba. La Invocadora de las Mareas esbozó una sonrisa y cerró los ojos.
Todos los de su equipo sintieron la onda expansiva que creó el Nexo al ser destruido. Habían perdido y el grupo contrario había ganado. El resto de sus compañeros –y los pocos enemigos que se fijaron— vieron dos cuerpos sin vida: Uno, la de una criatura bella y de rostro dulce pesé a su estado, la otra era una especie de centauro fantasmal acorazado, siempre en llamas. Era una escena triste para unos pocos, ya que los cuerpos estaban uno al lado del otro y el esfuerzo realizado antes por la sirena no fue en vano, más consiguió colocar su mano sobre la palma del otro. Al final, un último anuncio quebró el silencio hablando alta y claramente, diciendo tan solo una palabra.
Derrota.
Los personajes usados y principalmente protagonistas son Hecarim, la Sombra de la Guerra y Nami, la Invocadora de las Mareas. http://gamingirresponsibly.com/wp-content/uploads/2012/11/Nami_Splash_0.jpg http://forum.lol.garena.com/attachment.php?attachmentid=1419&d=1333941321
Animación de muerte de Nami: http://www.youtube.com/watch?v=4vN2W_V5Kgk
Animación de muerte de Hecarim: http://www.youtube.com/watch?v=AG5PyHbeVz0
League of Legends: Flowers for a Ghost
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Re: League of Legends: Flowers for a Ghost
Como jugador de LoL que soy pude saber que champions eran antes de ver abajo, interesante, aunque me gustaría leer como narras una tema fight.
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Re: League of Legends: Flowers for a Ghost
Disculpad por haber tardado tanto en subir. He querido hacerlo bien, así que he dedicado días a escribir el primer capítulo. Aunque no haya mucha acción ni si siga la historia, esta es una pequeña introducción a Nami fuera del campo de batalla y la introducción de otro Campeón. Procuraré que en los capítulos que vienen avance un poco en todos los sentidos.
Ahora, sin más dilación, disfrutad del primer episodio:
Capítulo 1
Una vez más, los Invocadores presentes decidieron no escogerla. Aunque hace unos minutos estaba ansiosa por adentrarse en la Grieta del Invocador –campo de batalla dónde un conjunto de Campeones se organizaban por equipos para conseguir destruir el Nexo del otro—, ahora sentía cierto alivio de no tener que viajar hasta tal sitio repleto de monstruos terrestres, Campeones con elevado poder concorde con sus Invocadores y riesgos. Con un suspiro, dio media vuelta y se marchó deslizándose sobre sus corrientes marinas. Al ir con tal consciente lentitud, podía observar detalladamente la sala que se le presentaba alrededor. El suelo que no tocaba era de mármol pálido. Las paredes, del mismo material pero no textura, fueron teñidas de ámbar y decorada con rasgos oscuros. Cerca de estas, había unos largos bancos donde los Campeones podían sentarse. Mas eso no fue lo único que su aguda vista detectó: además de los muebles que brindaban para que descansasen, cada personaje alistado en la Liga tenía una especie de gran armario asignado, dónde se solía guardar el atuendo y, en ocasiones, las armas. Pero eso solo era la sala de espera general, más allá estaban los aposentos de preparación individuales.
La Campeona conocida como Nami: Invocadora de las Mareas, era una raza extraña y misteriosa a la que llamaban Marai. Pero una criatura como aquella, que principalmente solo podían vivir bajo el agua, no estaba en la Liga de las Leyendas por demostrar su fuerza, ni por que estuviera buscando la fama. Ella estaba allí en busca de su contacto terrestre, quién debía entregarle un objeto de gran poder, muy importante para su pueblo. Pocos libros hablaban de dicho objeto místico, el cual era una especie de piedra lunar. Según los mitos, los Marai necesitaban la luz de la piedra para protegerse de los terrores abisales.
Pasada la gran sala, Nami se encontró en un pasillo de inmensa anchura, que conducía al exterior. Al no haber sido escogida, decidió visitar la costa para sentirse más cómoda y relajada. El sol relucía con fuerza fuera, obligando a la sirena a protegerse de sus rayos con los brazos repletos de escamas que, expuestos a aquel violento astro, se secaban rápidamente. Con aquella temperatura, se alegraba más de haber tomado la decisión de estar cerca del agua marina. Con una mueca molesta, Nami usó su báculo para que las corrientes que le rodeaban le humedecieran el cuerpo con sus corrientes. Mientras se desplazaba inclinada hacia delante para ir más deprisa, repitió el gesto—prácticamente hasta que estuvo en la entrada de la playa. El sol seguía quemando, mas ya no era necesario el poder de su arma para evitar que sus pequeñas y delicadas escamas se secaran demasiado. Con un veloz movimiento, Nami se desplazó hasta las olas que acariciaban la arena y, al cabo, se sumergió en la parte menos profunda del mar. Esbozando una plácida sonrisa, sintió como la espuma le rozaba el pecho y el resto que había más abajo—incluyendo su cintura, que era el inicio de su cola de sirena. Sin liberar el bastón, estiró los delgados brazos hacia delante para que estos también fueran refrescados. Pronto notó que la espalda no estaba protegida y, por ese motivo, le daba la sensación de quemadura. Ladeando los labios y lanzando una mirada enojada al cielo, la Invocadora de las Mareas chapoteó con elegancia y rapidez hasta una parte donde cualquier humano comenzaría a nadar. Con la barbilla alta, asomó su dulce rostro a la superficie, sintiendo como el conjunto de membranas que fingían ser su cabellera bailaban bajo el agua. Pasado un rato, su cuerpo entero estaba lo suficientemente húmedo como para resistir al sol durante unos minutos como mínimo. Teniendo esto en cuenta, se colocó boca arriba, exponiendo la parte inferior de su cuerpo al gran astro del día. Impulsada por las olas, sus brazos y aleta, Nami se deslizó sin rumbo fijo, disfrutando de la harmoniosa calma del océano hasta acabar por pararse junto a una roca repleta de musgo, que probablemente, naciera del fondo. Sus nudillos rozaron el suave habitante del peñasco causándole cosquillas y, por lo tanto, haciéndola expulsar unas risitas. Estaba tan relajada que hizo oídos sordos del chapoteo que se aproximaba desde el otro lado—además de que el susurro de las olas era demasiado cercano como para permitirle captar otro ruido.
Unos grandes ojos verde azulado detectaron la presencia de la Invocadora de las Mareas desde el lado opuesto. Un par de brazos azules surgieron del agua, posándose sobre la roca. Con un impulso, estos trajeron el resto del cuerpo. Se trataba de una criatura antigua, pero joven. Sus dedos eran palmeados, igual que sus pies. Desde la parte trasera de su cabeza asomaban una especie de tentáculos, no demasiado largos—más bien cortos—y de total inutilidad. Su cuerpo era totalmente azul, como el agua del mar, dotado con detalles blancos, como su panza y algunas motas que habitaban su cuerpo. Con una sonrisa que le iba de oreja en oreja, la criatura enseñó sus dientes, no muy afilados, mas lo suficiente como para triturar a un pez. El recién llegado se inclinó hacia la Marai sin ningún miedo y un aire confiado. Hinchando su pecho de aire, preparó un saludo que pretendía pillar a Nami por sorpresa, asustándola un poco. Como estaba previsto, un simple “Hola” bastó para que ella se sacudiera del susto, perdiendo la compostura y chapoteando cómicamente tras haber dejado la postura de “el muerto”. El joven anfibio se rió a carcajadas, aguantándose el estómago y dejándose caer. La Invocadora de las Mareas miró hacia varios lados antes de fijar su mirada sobre el pedrusco. Al principio, sus ojos reflejaron la molestia que sentía, pero al cabo su rostro se tornó dulce, dibujando en si una sonrisa divertida.
-¡Oh tío!—logró decir el Gamberro de las Mareas tras tomar aire—Deberías haberte visto la cara, ¡parecías un besugo!—exclamó burlón mientras se levantaba las mejillas y bizceava, intentando imitar la expresión que mencionaba.
-Tampoco te pases, Fizz—dijo ella arqueando una ceja, acompañándolo de una sonrisa que no había borrado aún. Tras sumergirse un corto período de tiempo, se irguió, cruzando los brazos sobre la roca y apoyando la barbilla en estos— ¿No te han escogido para la batalla de hoy?
-No—respondió sin poder estarse quieto. Mientras daba vueltas sobre la resbaladiza roca en un intento de contener la movilidad que luchaba por conquistarlo, añadió otro comentario—. Y parece que a ti tampoco.
Nami volvió a colocar sus brazos en el agua, encogiéndose de hombros. Daba a entender que no le molestaba, debido a que ciertos Campeones e Invocadores afirmaban que era de gran utilidad en batalla, aunque no siempre la escogieran. Pero Fizz, el Gamberro de las Mareas pasó por encima del gesto que describía los pensamientos de Nami, la Marai, buscando algo con lo que entretenerse. En aquellos momentos asomaba la cabeza por el borde de dónde él se encontraba, localizando movimiento en el agua y deseando tener carne fresca en la boca. Una brillante idea pasó como una estrella fugaz por su mente y giró su cabeza hacia su compañera.
-¿Quieres ir a pescar un rato?—propuso con un brillo entusiasmado y enérgico en sus ojos, grandes como una concha gigante, que oculta una valiosa perla en su interior.
-No—a ella no le hizo falta pensárselo dos veces ya que había visto sus intenciones antes de que lo preguntara. A Fizz se le borró aquella sonrisa picarona en cuanto recibió su respuesta—. Ahora mismo no, gracias.
Como el joven no podía esperar, pensó en posibles excusas. Las que parecían razonables, pero demasiado malas como alguien tan listo como Nami, acababan por manifestarse en balbuceos. De pronto, el joven habitante del mar recordó algo y se miró las manos que normalmente solían portar una especie de tridente, pero que ahora se encontraban desnudas. Con una renovada sonrisa, pensó que con aquella y un buen papel dramático, serían más que suficiente como para que la mayor le acompañara en una excursión marina. En tan solo unas milésimas de segundo, el joven Campeón puso su plan en marcha, empezando por poner cara de cachorro abandonado, acompañado de unos falsos sollozos que atrajeron la atención de la bella criatura que tenía cerca.
-Mira que eres mala—comenzó este, secándose las pocas lágrimas de cocodrilo que asomaban por sus ojos, ahora apagados intencionalmente—: Yo… he perdido mi tridente y ahora me siento indefenso—la Invocadora de las Mareas se acercó más al borde, mostrando gran compasión y una comprensible tristeza en sus ojos teñidos de un precioso carmesí—. En realidad, se lo he pedido a más de una persona… pero nadie ha accedido a mi petición de ayuda—con un fuerte, pero falso llanto, se colocó boca abajo, golpeando la roca con el puño cerrado y el rostro oculto tras el brazo— ¿Por qué todo el mundo es tan malo?, ¿por qué?—exigió saber con largas notas en cada última palabra.
Nami se mordió el labio inferior, sintiéndose mal por ver a una criatura tan joven como Fizz llorando a mares. Normalmente, sabía distinguir entre un caso real y el de un actor, pero el Gamberro de las Mareas, aunque no fuera de su misma especie, era algo así como un hermano. Una parte de ella insistía en que estaba actuando para que le acompañara a una de sus aventuras bajo el mar, pero la otra sabía que aunque él era rápido de narices y podía huir de sus enemigos fácilmente, sin el tridente no podría luchar bien en caso de que le acorralaran y no tuviera vías de escape. Finalmente, respiró hondo y se dirigió a la antigua raza a la que pertenecía el pequeño pillín.
-Deja de llorar, anda—dijo con una leve sonrisa al ver que Fizz levantaba la cabeza del suelo, aun con los ojos brillantes y bordeados de unas pocas lágrimas—. Yo te ayudaré. ¿Dónde podemos…?—antes de que pudiera finalizar la pregunta, el Campeón que tenía en frente se levantó de un salto, como si no hubiera cambiado de ánimo en todo el día y la interrumpió.
-¡Genial!—exclamó. Colocando un dedo en su barbilla, miró hacia otro lado, pretendiendo conseguir un semblante pensativo—No sé dónde lo dejé así que tendremos que buscar por todos lados. —la criatura no pudo reprimir unas risitas.
Frunciendo el ceño, Nami se arrepintió de no haber escuchado a la voz que le susurraba la verdad: Fizz le había engañado, y no era la primera vez que conseguía lo que él quería. De algún modo, este conseguía convencerla para que le acompañara en sus constantes excursiones la mayoría de veces, ya fueran marinas o terrestres.
-Pensándolo bien, no te acompañaré a todos lados—gruñó ella, alejándose un poco de la roca de espaldas. Al oír esto, Fizz cambió su expresión repentinamente, mostrando cierta sorpresa. —Escucha, solo iré contigo a recuperar el tridente. Así que será mejor que recuerdes dónde está, no intentes jugármela de nuevo.
Tras dejar las cosas claras, el gamberro del mar reflexionó—aunque fueran por solo unos segundos. De acuerdo, no le volvería a engañar pero aún así, el lugar dónde había dejado su arma se hallaba lejos. No pudo evitar esbozar una amplia sonrisa mientras la miraba con un brillo aventurero en sus ojos verdosos.
-O.K—asintió, acercándose al borde y sentándose para que la espuma le cosquilleara los pies—. Solo iremos a por mi juguete, pero ya te digo yo que esta de todo menos cerca—confesó, antes de zambullirse.
Con un ágil movimiento, Nami lo siguió. Bajo el agua se sentía más ligera que en tierra firme; no solo porque refrescaba su cuerpo entero, si no que adquiría más movilidad. Su cola se agitaba como la de un delfín, y su parte humanoide se agitaba como las olas calmadas que había ahí arriba. Aún así, seguía estando por detrás de su compañero, que se desplazaba rápidamente sin importar donde estuviera. A medida que iban descendiendo, el entorno se oscurecía como la transmisión del crepúsculo al pleno ocaso. Para que ambos pudieran tener una visión clara, la Invocadora de las Mareas estiró los brazos hacia adelante. Su báculo brillaba con una tenue luz celeste. Ella le pidió que no fuera tan rápido porque, si lo hacía, se perdería en la oscuridad y su campo de visión sería prácticamente nulo. Él obedeció, aunque nadaba por los límites del alcance de la luz. A su alrededor, las sombras empezaron a exponer sus decorados; algunos peces nadaban tranquilamente hasta verlos, entonces se separaban, evitando su presencia. Muchos conjuntos de coral formaban picudas montañas, y algunos ojos le observaban desde la oscuridad. Finalmente, Fizz señaló el lugar. Nami entrecerró los ojos para forzar la vista, apuntando con el bastón a dónde el dedo del joven apuntaba. A gran profundidad, se encontraba un barco abandonado, hundido y atascado entre las rocas, que emergían del suelo. Por un momento, ella se preguntó por qué el anfibio dejaría su arma en un lugar como ese. Antes de que pudiera realizar ninguna pregunta, el joven habitante del mar se impulsó hacia abajo con gran velocidad. Molesta, pero en el fondo un poco alarmado, la Marai se apresuró a seguirlo. Aquel lugar le daba mala espina. Con movimientos rápidos, la traviesa criatura se coló por una de las ventanas, que perdió sus cristales tiempo atrás. Nami iluminó el interior sin entrar aún. Había de ser prudente; no sabía que peligros acechaban en las entrañas del gran bote. La sombra de una criatura pequeña pasó a gran velocidad, asustándola y obligándola a retroceder un tanto. Una risa brotó del barco y entonces supo de quién se trataba. Las travesuras de Fizz podían ser divertidas, pero en aquel preciso momento de tensión, en aquel lugar tan oscuro y peligroso, le parecía una broma de muy mal gusto. Con un suspiro frustrado, tomó la decisión de internarse, aplicándola en al instante.
Allí, todo estaba desgastado, adquiriendo un semblante fantasmal. La molestia pronto se transformó en preocupación. Miró a los lados, buscando señales de actividad, pero todo se había calmado de pronto. Con un estremecimiento, Nami se deslizó lentamente hacia delante, deseando que su amigo apareciera, aunque fuera para gastarle otra broma. Un profundo gruñido quebró el silencio súbitamente, haciendo que la Invocadora de las Mareas diera un respingo. Nerviosamente, miró hacia los lados, iluminando cada sitio donde dirigía su mirada. Con voz temblorosa y espantada, llamó a Fizz. No recibió respuesta. Una idea terrible atravesó su mente como una flecha, obligándola a pensar en teorías horrendas. ¿Y si el gruñido que escuchó antes lo había creado un tiburón al haber encontrado al joven? Temiendo por la seguridad de él, se dio prisa en encontrarlo, nadando hacia el hueco más grande que, probablemente fue creado por el impacto de un cañón o más. Nuevamente, pronunció el nombre del Campeón marino, esta vez con más urgencia. El crujido de un cofre le atrajo la atención y, con poca esperanza, pensó que era quien buscaba. El objeto no se encontraba demasiado lejos, ya que pudo detectarlo con facilidad en uno de los rincones. Lo abrió sin pensar y la sorpresa se la llevó cuando de este surgió una anguila, que reptó con extrema velocidad hacia ella, mostrando todos sus dientes. Ella pudo esquivarla por los pelos, echándose a un lado. Sin volverse, la criatura siguió su camino y se perdió en los brazos de la madre océano atravesando una nueva ventana, igual de desnuda que la anterior. Nami notó como su corazón latía con fuerza en un corto período de tiempo hasta que se calmó, entonces se mordió los labios para ocultar los temblores que empezaban a emitir estos. Aunque se considerara mayor, seguía siendo una joven que aún no había visto el mundo. Aquel momento se lo recordó, creando en sus ojos lágrimas que acababan por ascender y convertirse en burbujas. Encogiéndose, Nami sostuvo su frente en el bastón mágico. Pudo sentir el frio del mineral, haciendo que la sensación de soledad y preocupación incrementaran.
Fue entonces, cuando parecía que estaba sola en el mundo, que captó el ruido de burbujas en movimiento. Algo se estaba deslizando a gran velocidad entre las sombras. La esperanza devolvió a la Invocadora de las Mareas a la realidad. Con un volteo, Nami iluminó la oscuridad para destruirla. El alivio se reflejó en su rostro, mostrando una gran sonrisa. Lo había encontrado. Ahí parado se hallaba Fizz, el Gamberro de las Mareas. Sus pies aún se movían, por la reacción que emitió este supo que pretendía asustarla de nuevo, pillándola completamente desprevenida. Lo que él no comprendía era el por qué de aquellas lágrimas y la alegría que ella mostraba por haberlo localizado. En el mismo instante en el qué él formuló su pregunta, Nami se deslizó hacia él y le abrazó con fuerza.
-Serás tonto—logró decir ella sin dejarlo ir, con los ojos fuertemente cerrados—. Me tenías preocupada. Oí el gruñido y pensé que se trataba de un tiburón—con un gesto brusco, la Marai se separó de él, frunciendo el ceño— ¿Dónde estabas? Te he llamado miles de veces y no me has contestado. Imagino que eres consciente de los peligros que habitan este lugar, ¿me equivoco?
Fizz balbuceó aún sorprendido por la reacción de la Invocadora de las Mareas. Aunque hace un segundo estuviera lloriqueando y abrazándolo como para asfixiarlo, había vuelto a ser la misma de siempre—algo enfadada, pero la Nami que él siempre había conocido desde su llegada al Instituto de Guerra. Recuperando el habla, el Gamberro optó por tragar saliva. Encogiéndose de hombros, le hizo saber a la sirena que él también había recuperado su actitud en cuestión de segundos.
-Cómo tardabas tanto, me he adelantado para buscar el tridente—contestó él, desviando la mirada. Durante un momento calló, como si estuviera pensando en cómo responder a la pregunta sobre las amenazas que recorrían aquel barco deshabitado—. Y sí, supongo que hay un par de carnívoros.
Ella gruñó, evitando darle más vueltas al asunto. Enfadarse no serviría de mucho, salvo para malgastar su melodiosa voz y energía. Rápidamente se giró, nadando para proseguir la búsqueda del dichoso tridente. Esta vez, Fizz la siguió sin decir palabra alguna. Deambularon durante unos minutos antes de llegar a la sala más grande del lugar abandonado. El joven se impulsó para adelantar a Nami, señalando un cofre alargado cubierto de musgo y coral, diciendo que la última vez que estuvo allí dejó el tridente en sus entrañas. La Marai arqueó una ceja, mas sin decir palabra siguió cautelosamente a su amigo, mirando hacia todos lados constantemente por si divisaba algún predador. El objeto de madera delató su presencia con un escalofriante ruido, y fue seguido de un abisal y profundo gruñido. El joven de raza antigua se apresuró a recoger lo que habían venido a buscar con una sonrisa que le iba de oreja a oreja: hacía tiempo que no se las veía con un enemigo bajo el agua y un poco de acción submarina no le iría nada mal. La mayor, por su parte, se giró en redondo al instante, pensando que la mejor opción sería huir. ¿Y si alguno de ellos era invocado en el momento más importante del combate? Sacudió su cabeza, intentando dejar de lado aquellos pensamientos; había que centrarse en lo que se avecinaba. Un tiburón –posiblemente el más grande que ella hubiera visto— surgió de las sombras con las fauces abiertas. No hacía mucho que había comido, pues tenía restos de entrañas entre los dientes; su morro estaba marcado por miles de cicatrices, las más pequeñas aún sangraban. El temerario Fizz se deslizó rodeando a la otra, colocando su tridente para que se clavara en el paladar del recién llegado. Tal cómo había planeado, su arma atravesó la primera capa del paladar, pálido como la carne de salmón. En el mismo instante en el que la sangre brotó del lugar, el carnívoro cambió su trayectoria. Giró hacia uno de los lados, pero volvió a la carga marcando a la hembra como objetivo. Le pilló por sorpresa; no pudo contraatacar, pero por lo menos pudo defenderse cegándolo con la luz que nacía de su bastón. El cumplido del Gamberro de las Mareas fue consumido por el rugido rabioso del pez, que aún cegado logró embestir sin hacer demasiado daño. Nami se impulsó para desplazarse mientras le comunicaba una retirada a Fizz, pero cuando ella se giró de nuevo, vio que él hacía oídos sordos a lo que le tenía que decir. Él arañó los ojos del tiburón con el tridente, además de hacerle tres cortes en el costado. Aquello no estaba bien; tal vez el carnívoro hubiera empezado la pelea por hambre o cuestión de territorio, pero ahora se podían ir, dejando la bestia en paz. Elevando la voz, llamó el a su compañero una vez más. Tenían lo que querían y eso era suficiente. Otra vez, el joven pasó por alto la llamada de ella mientras evitaba ser golpeado. El tiburón sacudió la cabeza nervioso—además de enfurecido. Cuando el pequeño se dio cuenta, el animal estaba dispuesto a zampárselo abriendo su boca al máximo. La Marai se dijo a sí misma “ya es suficiente”, nadando rápidamente hacia el tiburón. A tan solo unos pocos metros de distancia, el enemigo se detuvo. A la raza antigua le llevó segundos darse cuenta de que lo había parado; Nami se había interpuesto entre ambos, rodeando el picudo morro del carnívoro con sus brazos, no bruscamente, si no con dulzura. Le miraba con cariño, como si se tratara de un niño. El tiburón, al igual que el compañero de Nami, quedó atónito. Para sorpresa de ambos, Nami besó con ternura el hocico de la amenaza viva. Fue un susurro, mas Fizz pudo distinguir las palabras que le dedicó al otro: “Perdónale por haberte hecho daño. Ahora él y yo nos marcharemos con lo que hemos a buscar”. Poco a poco, la Invocadora de las Mareas fue separándose de él, sin perder aquel brillo que habitaba sus ojos carmesí. El antiguo oponente de Fizz gruñó sin moverse mientras miraba a la hembra. Comprendiendo las palabras de ella, el tiburón dio media vuelta para desaparecer en las sombras.
Cumpliendo su palabra, Nami tomó el brazo de Fizz para nadar hacia una ventana rota. Ambos se dirigieron a la superficie, dónde todo era iluminado por la luz del sol, aunque ahora lo ocupara la luna.
Nuevo personaje añadido a la história: Fizz, el Gamberro de las Mareas http://forum.lol.garena.com/attachment.php?attachmentid=1175&d=1321245507
Ahora, sin más dilación, disfrutad del primer episodio:
Capítulo 1
Una vez más, los Invocadores presentes decidieron no escogerla. Aunque hace unos minutos estaba ansiosa por adentrarse en la Grieta del Invocador –campo de batalla dónde un conjunto de Campeones se organizaban por equipos para conseguir destruir el Nexo del otro—, ahora sentía cierto alivio de no tener que viajar hasta tal sitio repleto de monstruos terrestres, Campeones con elevado poder concorde con sus Invocadores y riesgos. Con un suspiro, dio media vuelta y se marchó deslizándose sobre sus corrientes marinas. Al ir con tal consciente lentitud, podía observar detalladamente la sala que se le presentaba alrededor. El suelo que no tocaba era de mármol pálido. Las paredes, del mismo material pero no textura, fueron teñidas de ámbar y decorada con rasgos oscuros. Cerca de estas, había unos largos bancos donde los Campeones podían sentarse. Mas eso no fue lo único que su aguda vista detectó: además de los muebles que brindaban para que descansasen, cada personaje alistado en la Liga tenía una especie de gran armario asignado, dónde se solía guardar el atuendo y, en ocasiones, las armas. Pero eso solo era la sala de espera general, más allá estaban los aposentos de preparación individuales.
La Campeona conocida como Nami: Invocadora de las Mareas, era una raza extraña y misteriosa a la que llamaban Marai. Pero una criatura como aquella, que principalmente solo podían vivir bajo el agua, no estaba en la Liga de las Leyendas por demostrar su fuerza, ni por que estuviera buscando la fama. Ella estaba allí en busca de su contacto terrestre, quién debía entregarle un objeto de gran poder, muy importante para su pueblo. Pocos libros hablaban de dicho objeto místico, el cual era una especie de piedra lunar. Según los mitos, los Marai necesitaban la luz de la piedra para protegerse de los terrores abisales.
Pasada la gran sala, Nami se encontró en un pasillo de inmensa anchura, que conducía al exterior. Al no haber sido escogida, decidió visitar la costa para sentirse más cómoda y relajada. El sol relucía con fuerza fuera, obligando a la sirena a protegerse de sus rayos con los brazos repletos de escamas que, expuestos a aquel violento astro, se secaban rápidamente. Con aquella temperatura, se alegraba más de haber tomado la decisión de estar cerca del agua marina. Con una mueca molesta, Nami usó su báculo para que las corrientes que le rodeaban le humedecieran el cuerpo con sus corrientes. Mientras se desplazaba inclinada hacia delante para ir más deprisa, repitió el gesto—prácticamente hasta que estuvo en la entrada de la playa. El sol seguía quemando, mas ya no era necesario el poder de su arma para evitar que sus pequeñas y delicadas escamas se secaran demasiado. Con un veloz movimiento, Nami se desplazó hasta las olas que acariciaban la arena y, al cabo, se sumergió en la parte menos profunda del mar. Esbozando una plácida sonrisa, sintió como la espuma le rozaba el pecho y el resto que había más abajo—incluyendo su cintura, que era el inicio de su cola de sirena. Sin liberar el bastón, estiró los delgados brazos hacia delante para que estos también fueran refrescados. Pronto notó que la espalda no estaba protegida y, por ese motivo, le daba la sensación de quemadura. Ladeando los labios y lanzando una mirada enojada al cielo, la Invocadora de las Mareas chapoteó con elegancia y rapidez hasta una parte donde cualquier humano comenzaría a nadar. Con la barbilla alta, asomó su dulce rostro a la superficie, sintiendo como el conjunto de membranas que fingían ser su cabellera bailaban bajo el agua. Pasado un rato, su cuerpo entero estaba lo suficientemente húmedo como para resistir al sol durante unos minutos como mínimo. Teniendo esto en cuenta, se colocó boca arriba, exponiendo la parte inferior de su cuerpo al gran astro del día. Impulsada por las olas, sus brazos y aleta, Nami se deslizó sin rumbo fijo, disfrutando de la harmoniosa calma del océano hasta acabar por pararse junto a una roca repleta de musgo, que probablemente, naciera del fondo. Sus nudillos rozaron el suave habitante del peñasco causándole cosquillas y, por lo tanto, haciéndola expulsar unas risitas. Estaba tan relajada que hizo oídos sordos del chapoteo que se aproximaba desde el otro lado—además de que el susurro de las olas era demasiado cercano como para permitirle captar otro ruido.
Unos grandes ojos verde azulado detectaron la presencia de la Invocadora de las Mareas desde el lado opuesto. Un par de brazos azules surgieron del agua, posándose sobre la roca. Con un impulso, estos trajeron el resto del cuerpo. Se trataba de una criatura antigua, pero joven. Sus dedos eran palmeados, igual que sus pies. Desde la parte trasera de su cabeza asomaban una especie de tentáculos, no demasiado largos—más bien cortos—y de total inutilidad. Su cuerpo era totalmente azul, como el agua del mar, dotado con detalles blancos, como su panza y algunas motas que habitaban su cuerpo. Con una sonrisa que le iba de oreja en oreja, la criatura enseñó sus dientes, no muy afilados, mas lo suficiente como para triturar a un pez. El recién llegado se inclinó hacia la Marai sin ningún miedo y un aire confiado. Hinchando su pecho de aire, preparó un saludo que pretendía pillar a Nami por sorpresa, asustándola un poco. Como estaba previsto, un simple “Hola” bastó para que ella se sacudiera del susto, perdiendo la compostura y chapoteando cómicamente tras haber dejado la postura de “el muerto”. El joven anfibio se rió a carcajadas, aguantándose el estómago y dejándose caer. La Invocadora de las Mareas miró hacia varios lados antes de fijar su mirada sobre el pedrusco. Al principio, sus ojos reflejaron la molestia que sentía, pero al cabo su rostro se tornó dulce, dibujando en si una sonrisa divertida.
-¡Oh tío!—logró decir el Gamberro de las Mareas tras tomar aire—Deberías haberte visto la cara, ¡parecías un besugo!—exclamó burlón mientras se levantaba las mejillas y bizceava, intentando imitar la expresión que mencionaba.
-Tampoco te pases, Fizz—dijo ella arqueando una ceja, acompañándolo de una sonrisa que no había borrado aún. Tras sumergirse un corto período de tiempo, se irguió, cruzando los brazos sobre la roca y apoyando la barbilla en estos— ¿No te han escogido para la batalla de hoy?
-No—respondió sin poder estarse quieto. Mientras daba vueltas sobre la resbaladiza roca en un intento de contener la movilidad que luchaba por conquistarlo, añadió otro comentario—. Y parece que a ti tampoco.
Nami volvió a colocar sus brazos en el agua, encogiéndose de hombros. Daba a entender que no le molestaba, debido a que ciertos Campeones e Invocadores afirmaban que era de gran utilidad en batalla, aunque no siempre la escogieran. Pero Fizz, el Gamberro de las Mareas pasó por encima del gesto que describía los pensamientos de Nami, la Marai, buscando algo con lo que entretenerse. En aquellos momentos asomaba la cabeza por el borde de dónde él se encontraba, localizando movimiento en el agua y deseando tener carne fresca en la boca. Una brillante idea pasó como una estrella fugaz por su mente y giró su cabeza hacia su compañera.
-¿Quieres ir a pescar un rato?—propuso con un brillo entusiasmado y enérgico en sus ojos, grandes como una concha gigante, que oculta una valiosa perla en su interior.
-No—a ella no le hizo falta pensárselo dos veces ya que había visto sus intenciones antes de que lo preguntara. A Fizz se le borró aquella sonrisa picarona en cuanto recibió su respuesta—. Ahora mismo no, gracias.
Como el joven no podía esperar, pensó en posibles excusas. Las que parecían razonables, pero demasiado malas como alguien tan listo como Nami, acababan por manifestarse en balbuceos. De pronto, el joven habitante del mar recordó algo y se miró las manos que normalmente solían portar una especie de tridente, pero que ahora se encontraban desnudas. Con una renovada sonrisa, pensó que con aquella y un buen papel dramático, serían más que suficiente como para que la mayor le acompañara en una excursión marina. En tan solo unas milésimas de segundo, el joven Campeón puso su plan en marcha, empezando por poner cara de cachorro abandonado, acompañado de unos falsos sollozos que atrajeron la atención de la bella criatura que tenía cerca.
-Mira que eres mala—comenzó este, secándose las pocas lágrimas de cocodrilo que asomaban por sus ojos, ahora apagados intencionalmente—: Yo… he perdido mi tridente y ahora me siento indefenso—la Invocadora de las Mareas se acercó más al borde, mostrando gran compasión y una comprensible tristeza en sus ojos teñidos de un precioso carmesí—. En realidad, se lo he pedido a más de una persona… pero nadie ha accedido a mi petición de ayuda—con un fuerte, pero falso llanto, se colocó boca abajo, golpeando la roca con el puño cerrado y el rostro oculto tras el brazo— ¿Por qué todo el mundo es tan malo?, ¿por qué?—exigió saber con largas notas en cada última palabra.
Nami se mordió el labio inferior, sintiéndose mal por ver a una criatura tan joven como Fizz llorando a mares. Normalmente, sabía distinguir entre un caso real y el de un actor, pero el Gamberro de las Mareas, aunque no fuera de su misma especie, era algo así como un hermano. Una parte de ella insistía en que estaba actuando para que le acompañara a una de sus aventuras bajo el mar, pero la otra sabía que aunque él era rápido de narices y podía huir de sus enemigos fácilmente, sin el tridente no podría luchar bien en caso de que le acorralaran y no tuviera vías de escape. Finalmente, respiró hondo y se dirigió a la antigua raza a la que pertenecía el pequeño pillín.
-Deja de llorar, anda—dijo con una leve sonrisa al ver que Fizz levantaba la cabeza del suelo, aun con los ojos brillantes y bordeados de unas pocas lágrimas—. Yo te ayudaré. ¿Dónde podemos…?—antes de que pudiera finalizar la pregunta, el Campeón que tenía en frente se levantó de un salto, como si no hubiera cambiado de ánimo en todo el día y la interrumpió.
-¡Genial!—exclamó. Colocando un dedo en su barbilla, miró hacia otro lado, pretendiendo conseguir un semblante pensativo—No sé dónde lo dejé así que tendremos que buscar por todos lados. —la criatura no pudo reprimir unas risitas.
Frunciendo el ceño, Nami se arrepintió de no haber escuchado a la voz que le susurraba la verdad: Fizz le había engañado, y no era la primera vez que conseguía lo que él quería. De algún modo, este conseguía convencerla para que le acompañara en sus constantes excursiones la mayoría de veces, ya fueran marinas o terrestres.
-Pensándolo bien, no te acompañaré a todos lados—gruñó ella, alejándose un poco de la roca de espaldas. Al oír esto, Fizz cambió su expresión repentinamente, mostrando cierta sorpresa. —Escucha, solo iré contigo a recuperar el tridente. Así que será mejor que recuerdes dónde está, no intentes jugármela de nuevo.
Tras dejar las cosas claras, el gamberro del mar reflexionó—aunque fueran por solo unos segundos. De acuerdo, no le volvería a engañar pero aún así, el lugar dónde había dejado su arma se hallaba lejos. No pudo evitar esbozar una amplia sonrisa mientras la miraba con un brillo aventurero en sus ojos verdosos.
-O.K—asintió, acercándose al borde y sentándose para que la espuma le cosquilleara los pies—. Solo iremos a por mi juguete, pero ya te digo yo que esta de todo menos cerca—confesó, antes de zambullirse.
Con un ágil movimiento, Nami lo siguió. Bajo el agua se sentía más ligera que en tierra firme; no solo porque refrescaba su cuerpo entero, si no que adquiría más movilidad. Su cola se agitaba como la de un delfín, y su parte humanoide se agitaba como las olas calmadas que había ahí arriba. Aún así, seguía estando por detrás de su compañero, que se desplazaba rápidamente sin importar donde estuviera. A medida que iban descendiendo, el entorno se oscurecía como la transmisión del crepúsculo al pleno ocaso. Para que ambos pudieran tener una visión clara, la Invocadora de las Mareas estiró los brazos hacia adelante. Su báculo brillaba con una tenue luz celeste. Ella le pidió que no fuera tan rápido porque, si lo hacía, se perdería en la oscuridad y su campo de visión sería prácticamente nulo. Él obedeció, aunque nadaba por los límites del alcance de la luz. A su alrededor, las sombras empezaron a exponer sus decorados; algunos peces nadaban tranquilamente hasta verlos, entonces se separaban, evitando su presencia. Muchos conjuntos de coral formaban picudas montañas, y algunos ojos le observaban desde la oscuridad. Finalmente, Fizz señaló el lugar. Nami entrecerró los ojos para forzar la vista, apuntando con el bastón a dónde el dedo del joven apuntaba. A gran profundidad, se encontraba un barco abandonado, hundido y atascado entre las rocas, que emergían del suelo. Por un momento, ella se preguntó por qué el anfibio dejaría su arma en un lugar como ese. Antes de que pudiera realizar ninguna pregunta, el joven habitante del mar se impulsó hacia abajo con gran velocidad. Molesta, pero en el fondo un poco alarmado, la Marai se apresuró a seguirlo. Aquel lugar le daba mala espina. Con movimientos rápidos, la traviesa criatura se coló por una de las ventanas, que perdió sus cristales tiempo atrás. Nami iluminó el interior sin entrar aún. Había de ser prudente; no sabía que peligros acechaban en las entrañas del gran bote. La sombra de una criatura pequeña pasó a gran velocidad, asustándola y obligándola a retroceder un tanto. Una risa brotó del barco y entonces supo de quién se trataba. Las travesuras de Fizz podían ser divertidas, pero en aquel preciso momento de tensión, en aquel lugar tan oscuro y peligroso, le parecía una broma de muy mal gusto. Con un suspiro frustrado, tomó la decisión de internarse, aplicándola en al instante.
Allí, todo estaba desgastado, adquiriendo un semblante fantasmal. La molestia pronto se transformó en preocupación. Miró a los lados, buscando señales de actividad, pero todo se había calmado de pronto. Con un estremecimiento, Nami se deslizó lentamente hacia delante, deseando que su amigo apareciera, aunque fuera para gastarle otra broma. Un profundo gruñido quebró el silencio súbitamente, haciendo que la Invocadora de las Mareas diera un respingo. Nerviosamente, miró hacia los lados, iluminando cada sitio donde dirigía su mirada. Con voz temblorosa y espantada, llamó a Fizz. No recibió respuesta. Una idea terrible atravesó su mente como una flecha, obligándola a pensar en teorías horrendas. ¿Y si el gruñido que escuchó antes lo había creado un tiburón al haber encontrado al joven? Temiendo por la seguridad de él, se dio prisa en encontrarlo, nadando hacia el hueco más grande que, probablemente fue creado por el impacto de un cañón o más. Nuevamente, pronunció el nombre del Campeón marino, esta vez con más urgencia. El crujido de un cofre le atrajo la atención y, con poca esperanza, pensó que era quien buscaba. El objeto no se encontraba demasiado lejos, ya que pudo detectarlo con facilidad en uno de los rincones. Lo abrió sin pensar y la sorpresa se la llevó cuando de este surgió una anguila, que reptó con extrema velocidad hacia ella, mostrando todos sus dientes. Ella pudo esquivarla por los pelos, echándose a un lado. Sin volverse, la criatura siguió su camino y se perdió en los brazos de la madre océano atravesando una nueva ventana, igual de desnuda que la anterior. Nami notó como su corazón latía con fuerza en un corto período de tiempo hasta que se calmó, entonces se mordió los labios para ocultar los temblores que empezaban a emitir estos. Aunque se considerara mayor, seguía siendo una joven que aún no había visto el mundo. Aquel momento se lo recordó, creando en sus ojos lágrimas que acababan por ascender y convertirse en burbujas. Encogiéndose, Nami sostuvo su frente en el bastón mágico. Pudo sentir el frio del mineral, haciendo que la sensación de soledad y preocupación incrementaran.
Fue entonces, cuando parecía que estaba sola en el mundo, que captó el ruido de burbujas en movimiento. Algo se estaba deslizando a gran velocidad entre las sombras. La esperanza devolvió a la Invocadora de las Mareas a la realidad. Con un volteo, Nami iluminó la oscuridad para destruirla. El alivio se reflejó en su rostro, mostrando una gran sonrisa. Lo había encontrado. Ahí parado se hallaba Fizz, el Gamberro de las Mareas. Sus pies aún se movían, por la reacción que emitió este supo que pretendía asustarla de nuevo, pillándola completamente desprevenida. Lo que él no comprendía era el por qué de aquellas lágrimas y la alegría que ella mostraba por haberlo localizado. En el mismo instante en el qué él formuló su pregunta, Nami se deslizó hacia él y le abrazó con fuerza.
-Serás tonto—logró decir ella sin dejarlo ir, con los ojos fuertemente cerrados—. Me tenías preocupada. Oí el gruñido y pensé que se trataba de un tiburón—con un gesto brusco, la Marai se separó de él, frunciendo el ceño— ¿Dónde estabas? Te he llamado miles de veces y no me has contestado. Imagino que eres consciente de los peligros que habitan este lugar, ¿me equivoco?
Fizz balbuceó aún sorprendido por la reacción de la Invocadora de las Mareas. Aunque hace un segundo estuviera lloriqueando y abrazándolo como para asfixiarlo, había vuelto a ser la misma de siempre—algo enfadada, pero la Nami que él siempre había conocido desde su llegada al Instituto de Guerra. Recuperando el habla, el Gamberro optó por tragar saliva. Encogiéndose de hombros, le hizo saber a la sirena que él también había recuperado su actitud en cuestión de segundos.
-Cómo tardabas tanto, me he adelantado para buscar el tridente—contestó él, desviando la mirada. Durante un momento calló, como si estuviera pensando en cómo responder a la pregunta sobre las amenazas que recorrían aquel barco deshabitado—. Y sí, supongo que hay un par de carnívoros.
Ella gruñó, evitando darle más vueltas al asunto. Enfadarse no serviría de mucho, salvo para malgastar su melodiosa voz y energía. Rápidamente se giró, nadando para proseguir la búsqueda del dichoso tridente. Esta vez, Fizz la siguió sin decir palabra alguna. Deambularon durante unos minutos antes de llegar a la sala más grande del lugar abandonado. El joven se impulsó para adelantar a Nami, señalando un cofre alargado cubierto de musgo y coral, diciendo que la última vez que estuvo allí dejó el tridente en sus entrañas. La Marai arqueó una ceja, mas sin decir palabra siguió cautelosamente a su amigo, mirando hacia todos lados constantemente por si divisaba algún predador. El objeto de madera delató su presencia con un escalofriante ruido, y fue seguido de un abisal y profundo gruñido. El joven de raza antigua se apresuró a recoger lo que habían venido a buscar con una sonrisa que le iba de oreja a oreja: hacía tiempo que no se las veía con un enemigo bajo el agua y un poco de acción submarina no le iría nada mal. La mayor, por su parte, se giró en redondo al instante, pensando que la mejor opción sería huir. ¿Y si alguno de ellos era invocado en el momento más importante del combate? Sacudió su cabeza, intentando dejar de lado aquellos pensamientos; había que centrarse en lo que se avecinaba. Un tiburón –posiblemente el más grande que ella hubiera visto— surgió de las sombras con las fauces abiertas. No hacía mucho que había comido, pues tenía restos de entrañas entre los dientes; su morro estaba marcado por miles de cicatrices, las más pequeñas aún sangraban. El temerario Fizz se deslizó rodeando a la otra, colocando su tridente para que se clavara en el paladar del recién llegado. Tal cómo había planeado, su arma atravesó la primera capa del paladar, pálido como la carne de salmón. En el mismo instante en el que la sangre brotó del lugar, el carnívoro cambió su trayectoria. Giró hacia uno de los lados, pero volvió a la carga marcando a la hembra como objetivo. Le pilló por sorpresa; no pudo contraatacar, pero por lo menos pudo defenderse cegándolo con la luz que nacía de su bastón. El cumplido del Gamberro de las Mareas fue consumido por el rugido rabioso del pez, que aún cegado logró embestir sin hacer demasiado daño. Nami se impulsó para desplazarse mientras le comunicaba una retirada a Fizz, pero cuando ella se giró de nuevo, vio que él hacía oídos sordos a lo que le tenía que decir. Él arañó los ojos del tiburón con el tridente, además de hacerle tres cortes en el costado. Aquello no estaba bien; tal vez el carnívoro hubiera empezado la pelea por hambre o cuestión de territorio, pero ahora se podían ir, dejando la bestia en paz. Elevando la voz, llamó el a su compañero una vez más. Tenían lo que querían y eso era suficiente. Otra vez, el joven pasó por alto la llamada de ella mientras evitaba ser golpeado. El tiburón sacudió la cabeza nervioso—además de enfurecido. Cuando el pequeño se dio cuenta, el animal estaba dispuesto a zampárselo abriendo su boca al máximo. La Marai se dijo a sí misma “ya es suficiente”, nadando rápidamente hacia el tiburón. A tan solo unos pocos metros de distancia, el enemigo se detuvo. A la raza antigua le llevó segundos darse cuenta de que lo había parado; Nami se había interpuesto entre ambos, rodeando el picudo morro del carnívoro con sus brazos, no bruscamente, si no con dulzura. Le miraba con cariño, como si se tratara de un niño. El tiburón, al igual que el compañero de Nami, quedó atónito. Para sorpresa de ambos, Nami besó con ternura el hocico de la amenaza viva. Fue un susurro, mas Fizz pudo distinguir las palabras que le dedicó al otro: “Perdónale por haberte hecho daño. Ahora él y yo nos marcharemos con lo que hemos a buscar”. Poco a poco, la Invocadora de las Mareas fue separándose de él, sin perder aquel brillo que habitaba sus ojos carmesí. El antiguo oponente de Fizz gruñó sin moverse mientras miraba a la hembra. Comprendiendo las palabras de ella, el tiburón dio media vuelta para desaparecer en las sombras.
Cumpliendo su palabra, Nami tomó el brazo de Fizz para nadar hacia una ventana rota. Ambos se dirigieron a la superficie, dónde todo era iluminado por la luz del sol, aunque ahora lo ocupara la luna.
Nuevo personaje añadido a la história: Fizz, el Gamberro de las Mareas http://forum.lol.garena.com/attachment.php?attachmentid=1175&d=1321245507