La vida de Artyom Vasily

Punto de encuentro para la exposición de creaciones personales derivadas O NO del mundo POKéMONesco.
diee_2010
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La vida de Artyom Vasily

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Capítulo I. Artyom Vasily.


"Ha tenido suerte, el bebé no sufre ninguna malformación física".


Es un agradable día de primavera. Allí, en Prípiat, el frío se hace cargo de la situación atmosférica, pero no hace tanto como en los crudos inviernos cuando la estufa del hogar es la única que hace frente al gélido aire y a las precipitaciones en forma de nieve. Dos científicos de la central nuclear se dirigen hacia ella caminando. Sus casas están situadas a unos pocos kilómetros de allí, y ya se sabe, no hay que contaminar. Con el maletín y el casco en la mano, uno intenta entablar conversación.

- Al parecer vamos a realizar un simulacro hoy.

- ¿De evacuación?

- No. Es un simple corte del suministro eléctrico.

- Para ver cómo reaccionan los reactores.

- Exacto.

- Bueno, son unas cuantas horas perdidas -ríe.

- Se agradecen, se agradecen -le acompaña.


Ambos ríen sonoramente, desbordando felicidad por los cuatro costados. Finalmente, y tras un camino que pareció más corto de lo que se presuponía, llegaron a la central. Allí uno de los ingenieros esperaba afuera, intentando encender un cigarrillo. Con un limitado gesto les saludó, quedándose con su pequeña lucha contra el fuego. A las nueve en punto de la mañana, el encargado del reactor nuclear principal, les informaba sobre la pequeña simulación que se producía hoy, y de la cual ya habían hablado aquellos dos científicos en su paseo anterior. Tras una charla de unos quince minutos, todos los trabajadores se colocaron en sus puestos, esperando al inocente corte. El encargado de efectuar dicho corte, recibió una llamada por el walkie.

- ¡Joder! ¡Joder! ¿!Qué has hecho!? -se oye desesperado através de la radio.

- ¿Reactor cuatro? ¿Eres tú? ¿Qué ocurre?

- ¡Esto es... esto es....!


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Otro mundo...


- Un... monstruo...

Un joven de unos dieciséis años escucha atento a un adulto de mediana edad con cicatrices alrededor de toda la cara, y con una calvicie clara. Sentado sobre una cómoda, parece contarle la misma historia una y otra vez. Se produce un absoluto silencio que dura unos cinco minutos, cuando el chico lo corta.

- Entonces... uno de aquellos científicos...

- Era yo, sí. Aquel fue el peor día de la humanidad.


El joven se levantó, observando como, otro día más, su demacrado padre lloraba desconsolado al recordar aquel suceso. Las tardes en las que su padre no quería contar la historia, él le obligaba. Cuando él no quería ver lo que había sucedido para que su ciudad se quedase así, era su viejo quien le sentaba delante de lo que antaño funcionó como estufa y le ilustraba. Todos los días los mismos acontecimientos. Los mismos detalles. Las mismas consecuencias. Siempre jura y perjura que lo que aquel científico del reactor número cuatro describió fue la figura del mismísimo diablo, en un color azul cielo, posándose y devorando todo aquello que conocía. Narra otros días cómo fueron las horas posteriores, las noches de incertidumbre; como la Unión Soviética mando a sus liquidadores a limpiar la zona. Años más tarde, los primeros nacimientos deformes: niños sin piernas, con las medidas de su cuerpo totalmente trastornadas, con un tronco en lugar de dos pies. Monstruos.

Abrió la puerta para dar con la misma calle que veía siempre. No conocía mucho más, pues en aquel lugar dejado de la mano de Dios no había ningún tipo de cobertura telefónica, ni mucho menos Internet. Los coches que por allí había visto pasar a lo largo de su vida los podría contar con los dedos de las manos y los pies. Sólo algún turista que otro se arriesgaba a exponerse a la radiación que aún existía. Los rastrojos de hierba intentan sobresalir entre el cemento, que parece llorar lo soportado desde el 86. Los ciervos y lobos pastan como si estuvieran en su casa, y realmente Artyom así lo siente: Prípiat es de dominio animal, y son ellos los que miran extrañados la presencia humana. Los que deberían pagar por verle caminar cabizbajo por la ciudad fantasma. El frío hacía mella en su blanco y débil cuerpo, pero poco le importaba. Su existencia estaba destinada a quedarse en aquellos interminables cuatro muros del infierno. Él, junto a sus dos ancianos padres de cuarenta años, con vivencias de un octogenario, era uno de los pocos que vivían allí. Tan cerca del desastre. Tan cerca del final de la humanidad.

Bienvenidos a Chernobyl.

diee_2010
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Re: La vida de Artyom Vasily

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Capítulo II. Tiempo parado.

"Ha sido como doscientas Hiroshimas... aquello es un desastre".


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Chernobyl, a comienzos de los años 80


Son las doce de la mañana de un día veraniego. Ayrtom camina hacia una de las dos tiendas que existen en toda la ciudad. Tras el verano del 86, la ciudad quedó desolada. Pocos fueron los que se resistieron a abandonar la zona tras la llegada de los mercenarios de la Unión Soviética. De los que se fueron, menos de la mitad decidió volver a lo que quedaba de sus hogares. En cuestión de horas, toda la vida de Chernobyl había desaparecido. Los parques ya no gozaban de los gritos de alegría de los niños. Las callejuelas no aguantaban los tumbos de los borrachos. La ciudad ya no era tal. Los valientes que se decidieron a volver, lo hicieron a sabiendas de que, en aquella zona, la radiación nuclear aún era enorme. El resto del país marcó en el mapa una cruz sobre la región, tal y como hizo toda Europa. Más de quinientas personas quedaron heridas, pero lo peor aún estaba por llegar.

En la consulta del Doctor Roman, valiente ex-combatiente en la Guerra Fría, se llegaron a ver las mayores atrocidades de la naturaleza. Una naturaleza que mostraba su descontento con aquel fulano mestizaje con la radiación al que había sido obligada. Criaturas deformes, carentes muchas veces de extremidades, con posteriores problemas de crecimiento... auténticas piezas de coleccionista de un circense. Un día del septiembre del 91, los Vasily llegaban rápidamente al improvisado hospital. Todo el mundo sabía que Sergei había salido corriendo de la central aquel nefasto día, por lo que pocas esperanzas le daban al primogénito que esperaba. Tras un complicado y precario parto, el Doctor Roman acudió a dar una grata noticia.

- Ha tenido suerte, el bebé no sufre ninguna malformación física.

- ¡Oh Dios mio! ¡Alabado sea el Señor! -gritaba Sergei de alegría, mientras alzaba los brazos- ¿Qué tal mi mujer?

- Bien, bien. Ha sido un parto costoso, pero está bien. Y el bebé también.

- ¡Es una bendición!

- No obstante, no les aseguro que en un futuro... -se frota la frente con la mano derecha- no tenga algún tipo de dificultad a la hora de crecer. Aquí... nunca se sabe.

- Pero ha nacido bien... ¡ha nacido bien! -entra a la sala donde descansa su esposa gritando.


Ayrtom llega a la tienda. Prácticamente, una posada medieval. Toca a la puerta, y tras recibir el visto bueno, entra en ella. Una señora de unos setenta años y pañuelo en su pelo canoso, le da la bienvenida. Como no, allí se conocen todos.

- Oh, pequeño Vasily -dice mientras camina costosamente hacia el mostrador-, ¿qué es lo que desea?

- He venido a por la comida. Llene la bolsa de verduras y frutas, por favor -pide a la vez que sube la bolsa a la mesa.


La alimentación se basa en la economía agraria. Abandonada por Ucrania, Prípiat se sustenta de sus propios cultivos, los cuales, si crecen, probablemente tengan un alto contenido radioactivo. Poco importa eso a los ancianos del lugar, que como si nada hubiese ocurrido, o como si de una máquina del tiempo se tratase y hubiesen vuelto a su tierna infancia, siguen realizando su rutina en la agricultura de la ciudad. La vieja se dirige hacia la trastienda, y sabiendo que tardará lo suyo, Artyom sale a tomar un poco el aire. Aire que en su día contaminó toda Europa. Aire que en su día aniquiló un poco de la humanidad. Aún hoy quedan vestigios, claramente notables si se lleva a la zona un contador de radiación, de la oscuridad más cruda vista por el ser humano sobre esta tierra. Al otro lado de la carretera, intransitada, ve uno de los muchos letreros colocados semanas después de la catástrofe. Letreros que no señalan la hora, sino el nivel de radiación que hay. Absorto, queda ensimismado pensando en lo que hubo antes de su nacimiento, y lo que ha presenciado después.

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Las horas de Chernobyl


La aguda voz de la anciana le saca de su ensimismamiento.

- Joven Vasily, aquí tiene -le dice levantando la bolsa.

- Ah sí -mira hacia atrás-, gracias.

- Viendo el reloj, ¿no?

- Sí...

- Ya sabes lo que dicen: en Chernobyl el tiempo se paró en el momento en el que el reactor explotó.

- Usted lo vivió, ¿no?

- Por supuesto. Fue duro. Tener que abandonar todo. A las semanas volvimos sin la aceptación del gobierno, y esto estaba desierto. Bueno -resopla-, más o menos como ahora. Las casas abiertas, velas aún encendidas, teléfonos descolgados... En fin, no me apetece recordar eso ahora.

- Lo siento, no era mi intención molestarla.

- ¡Para nada joven! Ahora vuelve a casa. Ve con Dios.

- Gracias.


Artyom salió y cruzó la calle. Caminando, no se percató de que un coche que parecía sacado del futuro se disponía a arrasar esa carretera. Artyom se vio delante de él, y con una agilidad nunca vista, se deshizo del vehículo que se desplazaba a más de 150 kilómetros por hora. El frenazo alertó a las ocho personas que andaban por los alrededores, y acudieron al lugar. Un hombre bien vestido se bajó del coche, y bajándose las gafas de sol a la vez que arqueaba las cejas, miró hacia el joven. Caminó hacia él.

- ¡Dios santo! -exclama al cielo-. ¡Eso ha sido jodidamente increíble! ¿Cómo lo has hecho, chavalín?

- No sé... simplemente salté. Lo suelo hacer mucho.

- Guau, nunca había visto a nadie tan ágil y veloz como tú.

- ¿Qué... -Ayrtom mira por detrás del hombre, señalando al coche- es eso?

- ¿Cómo que qué es eso? ¡Un coche, chavalín! ¿Qué va a ser si no?

- Es... muy nuevo.

- Último modelo. Ha decir verdad, me has salvado de romperlo... y de que ocurriese una desgracia mayor, claro. Te voy a dar un regalo a cambio.

- Oh, no se moleste señor. No hace falta.

- ¡Que sí, chavalín! Te voy a dar un balón. Seguro que te gusta el fútbol. Ahora vengo, está en el maletero...


Antes de que el hombre se de la vuelta, Artyom corre hacia el coche y llega a él, sin tocarlo. El respeto ante esa nueva bestia era patente. No se tocaba algo que, sin duda, parecía morder. El hombre, con la boca desencajada, corrió hacia el chico.

- ¿¡Qué demonios...!? ¡Qué velocidad!

- No he tocado el coche...

- ¡Qué importa eso ahora! Chico, ¿sabes jugar al fútbol?

- Bueno... -se rasca la cabeza- de vez en cuando pateo alguna que otra piedra de la calle.

- Tienes que venir... ¡tienes que hacer las pruebas!

- ¿Pruebas? ¿Ir a dónde?

- ¡A la capital, conmigo!

- ¿Ca... capital? Tengo que hablar con mis padres...

- Llévame con ellos -le despeina-. Debo decirles algo con respecto a su hijo.


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La calle, ¿hacia la esperanza?

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Re: La vida de Artyom Vasily

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Capítulo III. Kiev.


"Los hospitales de Moscú se han convertido en auténticos manicomios. La radiación les ha vuelto locos".



Cementerio Mitino de Moscú, donde se encuentran enterrados más de cien bomberos moscovitas que colaboraron en la extinción del fuego de Chernobyl.


Frente a la estufa sin fuego, Sergei Vasily se frotaba las manos resoplando una y otra vez. Su mente a veces le jugaba malas pasadas, y le hacía borrar aquel 26 de abril de 1.986. Un día que nunca vio la luz del sol, un incidente que aún no ocurrió. Tosiendo repetidamente, se gira para coger la manta, y ve allí a un hombre bien vestido, con esmoquin y un maletin. Un hombre de aquellos que se conocían como importantes. Su hijo Artyom estaba delante, señalándole. El hombre pidió permiso para sentarse, y antes de recibirlo, se acomodó en el sillón casi sin piel. Se aclaró la voz para llamar la atención del hombre, y cuando le miró, empezó a hablar.

- Soy Babov Rebrov -estira la mano hacia Sergei, que no se muestra muy recíproco.

- ¿Qué quiere?

- Soy ojeador de los filiales del Dínamo de Kiev.

- Sí -afirma Sergei, como si con él no tuviese nada que ver la cosa.

- Pues bien... -Rebrov, un poco confuso- quiero que su hijo venga a la capital a hacer unas pruebas.

- ¿A la capital? ¿Y salir de aquí? -Sergei Vasily recobró el interés rápidamente- ¡Claro! ¿Dónde hay que firmar?

- Vaya -sorprendiéndose un poco-, no sería nada seguro, ¿eh? Tendría que pasar esas pruebas, y entonces pasaría a formar parte del equipo juvenil. ¿Cuántos años tienes, chavalín?

- Quince -dice, mirando hacia el suelo- pero cumplo dieciséis dentro de nada.

- Perfecta edad -mientras le ojea de arriba a abajo. Luego vuelve a mirar a su padre- ¿Estaría dispuesto entonces?

- ¡Sí! Cualquier cosa que sirva para que mi hijo salga de esta ciudad es cosa buena. Pero...

- Dígame.

- ¿Tiene posibilidades? -pregunta, para no hacerse muchas ilusiones.

- Verá señor Vasily. Su hijo es el joven más veloz y ágil que he visto en mi vida. Muchos desearían tener lo que tiene Artyom. Está claro que necesitará dominio del balón, pero -grita mientras alza los brazos- ¡en este país hay pocos así! -ríe sonoramente.


El jove Artyom sube las escaleras de madera de su casa, mientras estas crujen y lloran tras el paso de los años. Abajo, su padre se vuelve nuevamente hacia la estufa, y el hombre adinerado Babov no sabe qué hacer exactamente. Se levanta, y vaga por el piso mirando por las ventanas, sucias, heladas del frío invernal. Con un tono blanco, desde allí lo ve todo más claro. Esa casa es un mundo independiente, al igual que lo son todas las de Chernobyl. Sólo las calles vacías se unen para formar el recuerdo de los que ya no están allí, y de los que ya no volverán. Frunciendo el ceño ligeramente, recordando pasajes de su infancia, el hombre intenta entablar conversación con Sergei Vasily.

- Sabe -dice, dándole tiempo para que se girase, cosa que no ocurrió- mi padre era ruso. Fue uno de los bomberos de Moscú que vinieron a ayudar a apagar el fuego. No sufrió quemaduras -intentando no llorar- y su vuelta a casa la celebramos por todo lo alto. Un mes más tarde, estábamos cavando su tumba. Murió por la radiación. Y así... muchísimos otros bomberos del país. Los hospitales de Moscú se convirtieron en auténticos manicomios. La radiación les volvió locos.

- ¡Calle! -grita repentinamente Sergei- No me deja escuchar el crujir de la madera en el fuego.

- Veo que no es cosa del pasado.


Arriba, el joven de los Vasily arrugaba sus tres camisas y dos pantalones para que cupiesen sin problemas en su andrajoso bolso. Puso las rodillas sobre el trozo de colchón en el que dormía, y se asomó a la ventana. Afuera, las calles estaban desiertas. No se imaginaba un mundo en el cual asfalto y cemento estuvieran diferenciados. En el cual no existiesen edificios abandonados en los cuales refugiarse si empezaba a llover. En el cual existiesen más bestias de aquellas que el hombre rico había traído. Un relámpago luminoso de esperanza atravesó su mente. Colocándose el bolso sobre un lado de su cadera, y sujetándolo fuertemente, bajó rápidamente las escaleras. La puerta ya estaba abierta.

Tres días después, era hora de la primera prueba. Él era una apuesta personal del loco de Babov Rebrov, un visionario de esto del fútbol que había acogido en su casa durante media semana a un pobre chico radioactivo de Chernobyl. Los dirigentes del Dínamo Kiev, temerosos de posibles repercursiones negativas si le negaban al joven una oportunidad, no se opusieron a la idea de que ese tal Artyom Vasily probase suerte en las pruebas. Esas pruebas en las que jóvenes de la capital y de ciudades colindantes se morían por pasar, pues el premio era un lugar en la Lobanovsky's Academy, luega de residencia de jóvenes valores del Dinamo Kiev y en el cual se repartían las horas del día entre el fútbol y los estudios. Por ello, los chavales que allí acudían eran, además de buenos con la pelota en los pies, buenos académicos que cursaban estudios en importantes escuelas ucranianas. Por su parte, Artyom apenas sabía leer y escribir, y los números no eran lo suyo. Aquellas setenta y dos horas que había pasado en la gran ciudad de Kiev habían sido las mejores de su vida. Muchos coches, muchas luces, muchos edificios grandes. Todo limpio, pulcro. Nada que ver con los alrededores de su ciudad que frecuentaba por las tardes, sin amigo alguno. Corriendo a través de malezas y arbustos, inspeccionaba casas vacías y casi hundidas, en las que encontraba fotos antiguas en blanco y negro, televisiones y radios que ya no funcionaban, y algún que otro ropaje lleno de polvo.

Un viejo gordo con ropa deportiva y un silbato en la boca sujetaba una libreta llena de nombres. Uno por uno, fue nombrándoles hasta que llegó al último, Artyom Vasily. Este levantó la mano cuando oyó pronunciar su nombre, y calló posteriormente. Acto seguido, los jóvenes, de todos los tipos posibles, inclusó algún que otro chico de raza negra, se colocaron en fila, y atendiendo a las explicaciones dadas, corrieron hacia el fondo de aquel suave terreno de juego de césped artificial con el balón en los pies. Artyom Vasily batió el récord, asombrando a propios y extraños con su velocidad. Sin embargo, el balón se quedó a medio camino. La segunda pequeña prueba consistía en saltar varias vallas durante un recorrido sin esférico. Nuevamente el chico de Chernobyl hizo alucinar a los entrenadores, que patidifusos veían como aquel chaval saltaba y flotaba en el aire. Por último, un pequeño partido. Artyom, retraído, se quedó en la banda izquierda todo el rato, y se dedicó a recorrerla una y otra vez. En los cuarenta minutos, tocó el balón en tres ocasiones, sin mucha suerte.

Unos minutos más tarde, Babov discutía con Andrei, entrenador del Dinamo Kiev-2, de la segunda división nacional.

- ¡No sabe llevar un balón! -exclamó Andrei.

- Se le puede enseñar. Esto es una academia -replicó Babov.

- ¡No sabe ni hablar! Es realmente tímido.

- Oh Dios santo, ya veo -dijo indignándose-. No lo aceptáis porque es prácticamente Chernobyl. Es eso, ¿no?

- Déjate de tonterías, Babov. Lo que sea; la decisión no es mía, y lo sabes. Pasado mañana, con las pruebas finalizadas, daremos los resultados.


En los vestuarios, los críos se quitaban la equipación de entrenamiento que el Dinamo Kiev les había entregado para la ocasión para volver a ponerse su ropa. Echándose un poco de agua y desodorante, hablaban enérgicamente cuando uno de ellos vio a Artyom. Él, sentado en un banco y poniéndose los harapos de los que disponía, no había hablado una palabra en toda la práctica. Uno de los chicos le lanzó la tapa del desodorante. Artyom se rascó y volvió a lo suyo. Entonces, empezaron a increparle.

- Me han dicho que eres de Chernobyl, ¿no? -dijo con retintín uno de los chavales.

- Sí, soy de allí.

- ¿Y cómo es -preguntó otro- que no tienes ninguna deformidad?

- No todos salimos deformes.

- ¡Pues no deberían salir directamente! ¡Monstruo!


Dos días más tardes, Artyom, acompañado de Babov, caminaba hacia la academia apoyado en unas muletas y con un yeso en el brazo izquierdo. Su nombre estaba en la lista de aceptados.

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Adiós a una infancia que nunca fue...

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zaphirot
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Re: La vida de Artyom Vasily

Mensajepor zaphirot »

totodile139 escribió:ooooooo


6. Siguiendo con el envío de mensajes, intentemos no mandar posts que sólo se remitan a un "Sí" o a un "No". Desarrollemos y justifiquemos nuestros puntos de vista.
¿Y si lo hago? Si lo hacés frecuentemente con el único fin de sumar gritos, 2 amonestaciones.


Trata de desarrollar tus puntos de vistas y no tu afán de ganar gritos.

---------

La historia esta buena, muy clara y agradable de leer, te felicito por tu trabajo.

PD: Si nadie comentó tu capitulo, espera un día para postear el otro, porque 2 o mas post seguidos va en contra de las reglas, en tu caso hiciste un triple post.
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Re: La vida de Artyom Vasily

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Capítulo IV. El comienzo.

"Esto no ha marcado sólo las vidas de los habitantes de Chernobyl; ha marcado las vidas de toda Europa"


Doce de septiembre. El fútbol en Ucrania y, en general, en el resto del mundo, ya ha empezado a carburar en la nueva temporada 2007/08. Artyom se dirige a su habitación tras una ducha bien merecida por el desgaste en el entrenamiento. El preparador de los juveniles, Josef Sabo, un centrocampista discreto en su época como jugador, va a dar su informe al entrenador ruso Yuri Semin, que con su buen hacer ha metido al Dinamo en la fase de grupos de la Champions League y tiene al conjunto capitalino en la segunda plaza de la competición liguera, sólo por detrás del sorprendente Metallurg Donetsk, que está desarrollando un nivel de fútbol verdaderamente alto. Llega a la oficina, y tras recibir el beneplácito del entrenador que estaba dentro, se introduce en la habitación. Saludándole escuetamente, Sabo deja los informes sobre la mesa, da media vuelta, y se va. Antes de hacerlo, la voz de Semin le avisa.

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- ¿Artyom Vasily? -pregunta.

- Sí, ¿qué ocurre con él? -le devuelve la cuestión al entrenador.

- Está en los juveniles, ¿no?

- Exacto. No es muy bueno, pero se sacrifica mucho en el campo.

- ¿Este no fue el jugador que recibió sendas tarjetas rojas en sus debuts en copa y liga con el equipo?

- Poco a poco se va famirializando con el concepto de juego en equipo.

- Más le vale. No estamos pagando y acogiendo a chavales que saltan a un terreno de juego con el objetivo de lesionar a sus rivales.

- Por supuesto que no. Con su permiso.

- Vaya con Dios.


Sabo, ahora sí, sale de la oficina de Semin, y cogiendo las llaves de su bolsillo, camina hacia el aparcamiento del estadio del Dinamo Kiev. En su trayecto, se topa con Artyom, que buscaba un poco de agua. Extrañado, Sabo le para y le pregunta.

- ¿No tenéis agua en vuestras habitaciones? -indagó.

- Sí, pero a mí se me ha acabado ya.

- Ya veo. Te has estado esforzando mucho en los entrenamientos. Sólo te hace falta transmitir esa energía en el terreno de juego, y colaborar más con tus compañeros.

- Sí.

- Bueno, ve a por tu agua.

- Gracias.


Ambos siguen diferentes caminos. Artyom va a la cocina y tras pedirle a la cocinera una botella de agua, la recibe y vuelve a su habitación. Su compañero, Diego Suárez, no está esta semana debido a que ha sido llamado por la selección sub20 de su país, Bolivia. Diego llegó, al igual que Artyom, este año a las instalaciones del Dinamo Kiev, pero él ha tenido un comienzo espectacular, dirigiendo desde el centro del campo hacia la victoria a base de pases y goles. Acostado boca arriba en su cama, mira de vez en cuando al reloj de la mesilla que tiene al lado, girando levemente la cabeza. La oscuridad se cierne a través de la ventana. Ya son las doce menos cuarto de la noche, y él sigue mirando hacia el techo, pensativo. Recordando ahora, que Chernobyl era su casa aunque fuese un desastre o un pueblo fantasma. Intentando soltar la rabia que le produce los insultos despectivos y los golpes recibidos por su condición. El desprecio de sus compañeros. Ensimismado, apenas se da cuenta de que empieza un nuevo día. La luz de la luna está bloqueada por las nubes, y acurrucado ya bajo la manta, decide dormir reservando energías para un nuevo amanecer.

Trece de septiembre, Artyom cumple los 16 años.

Datos de Artyom Vasily:

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Re: La vida de Artyom Vasily

Mensajepor zaphirot »

diee_2010 escribió:
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Capítulo IV. El comienzo.

"Esto no ha marcado sólo las vidas de los habitantes de Chernobyl; ha marcado las vidas de toda Europa"


Doce de septiembre. El fútbol en Ucrania y, en general, en el resto del mundo, ya ha empezado a carburar en la nueva temporada 2007/08. Artyom se dirige a su habitación tras una ducha bien merecida por el desgaste en el entrenamiento. El preparador de los juveniles, Josef Sabo, un centrocampista discreto en su época como jugador, va a dar su informe al entrenador ruso Yuri Semin, que con su buen hacer ha metido al Dinamo en la fase de grupos de la Champions League y tiene al conjunto capitalino en la segunda plaza de la competición liguera, sólo por detrás del sorprendente Metallurg Donetsk, que está desarrollando un nivel de fútbol verdaderamente alto. Llega a la oficina, y tras recibir el beneplácito del entrenador que estaba dentro, se introduce en la habitación. Saludándole escuetamente, Sabo deja los informes sobre la mesa, da media vuelta, y se va. Antes de hacerlo, la voz de Semin le avisa.

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- ¿Artyom Vasily? -pregunta.

- Sí, ¿qué ocurre con él? -le devuelve la cuestión al entrenador.

- Está en los juveniles, ¿no?

- Exacto. No es muy bueno, pero se sacrifica mucho en el campo.

- ¿Este no fue el jugador que recibió sendas tarjetas rojas en sus debuts en copa y liga con el equipo?

- Poco a poco se va famirializando con el concepto de juego en equipo.

- Más le vale. No estamos pagando y acogiendo a chavales que saltan a un terreno de juego con el objetivo de lesionar a sus rivales.

- Por supuesto que no. Con su permiso.

- Vaya con Dios.


Sabo, ahora sí, sale de la oficina de Semin, y cogiendo las llaves de su bolsillo, camina hacia el aparcamiento del estadio del Dinamo Kiev. En su trayecto, se topa con Artyom, que buscaba un poco de agua. Extrañado, Sabo le para y le pregunta.

- ¿No tenéis agua en vuestras habitaciones? -indagó.

- Sí, pero a mí se me ha acabado ya.

- Ya veo. Te has estado esforzando mucho en los entrenamientos. Sólo te hace falta transmitir esa energía en el terreno de juego, y colaborar más con tus compañeros.

- Sí.

- Bueno, ve a por tu agua.

- Gracias.


Ambos siguen diferentes caminos. Artyom va a la cocina y tras pedirle a la cocinera una botella de agua, la recibe y vuelve a su habitación. Su compañero, Diego Suárez, no está esta semana debido a que ha sido llamado por la selección sub20 de su país, Bolivia. Diego llegó, al igual que Artyom, este año a las instalaciones del Dinamo Kiev, pero él ha tenido un comienzo espectacular, dirigiendo desde el centro del campo hacia la victoria a base de pases y goles. Acostado boca arriba en su cama, mira de vez en cuando al reloj de la mesilla que tiene al lado, girando levemente la cabeza. La oscuridad se cierne a través de la ventana. Ya son las doce menos cuarto de la noche, y él sigue mirando hacia el techo, pensativo. Recordando ahora, que Chernobyl era su casa aunque fuese un desastre o un pueblo fantasma. Intentando soltar la rabia que le produce los insultos despectivos y los golpes recibidos por su condición. El desprecio de sus compañeros. Ensimismado, apenas se da cuenta de que empieza un nuevo día. La luz de la luna está bloqueada por las nubes, y acurrucado ya bajo la manta, decide dormir reservando energías para un nuevo amanecer.

Trece de septiembre, Artyom cumple los 16 años.

Datos de Artyom Vasily:

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jajaja muy bueno el capitulo, me di cuenta que los datos futbolisticos los sacastes del futbol manager y me animo a decir el 2008 xD

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Re: La vida de Artyom Vasily

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Capítulo Especial. Los datos de Artyom Vasily.


Buenas lectores. Como podrán observar, hace poco me registré en este foro. Esta historia se basará en un jugador ficticio de nombre Artyom Vasily, dentro de un juego que se llama "Football Manager", en la edición 2008. Este formato de historia, que normalmente es contado en primera persona, lo llevaré a cabo -estoy llevando, mejor dicho- en tercera persona, narrada por una voz omnipresente. Por supuesto, más adelante se colarán hojas del diario de Artyom, en el que describirá sus emociones en su estadía en los filiales del Dinamo de Kiev.

Artyom Vasily es un joven de 15 años, próximo a cumplir los 16, que nació y se crió en la ciudad fantasma de Chernobyl. Sin apenas educación y dedicándose a golpear piedras de las calles, Artyom tuvo una infancia sombría, solitaria, invisible. Ahora, el camino de salida del infierno se ha iluminado ante él, pero está claro que no será un paseo deseable.

Ficha de Artyom Vasily.

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Re: La vida de Artyom Vasily

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Capítulo V. Orgullo ucranio.

"La vida no es algo bonito. Es algo que un sólo ser humano te puede arrebatar en menos de cinco segundos"


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Pasillos que nunca volverán a presenciar humanidad... ascensores que ya no se elevarán...


Míercoles cuatro de octubre. Bajo un extraño sol los juveniles del Dinamo Kiev entrenan en los campos anexos del Lobanosvkogo Stadion. Tras duras prácticas, el entrenador los reúne a todos en una esquina. El preparador Sabo se percata de que acuden en pleno salvo Artyom, que se queda recogiendo los balones y los conos utilizados en las prácticas. Baja la cabeza y sigue analizando las cosas. Acto seguido, sonríe ligeramente. Mientras, el entrenador espera a que el chaval llegue tras colocar todo en su sitio, como casi todos los días. Una vez presentes todos, el míster empieza a hablar.

- Bien, -aclarándose la voz- a continuación daré la lista de jugadores convocados para el partido de mañana. Como sabréis, Suárez no podrá jugar al estar con su selección. Malditos sudamericanos y malditas clasificatorias...

- Oleg -le avisa Sabo.

- Lo siento, lo siento. Pues, como iba diciendo. Los convocados son...


Oleg Luzhny, ex jugador del propio Dinamo o del mismísimo Arsenal inglés, comienza a nombrar a los diechiocho de veinte jugadores que tendrán que acudir a ese mismo estadio el día siguiente para, posteriormente, coger el autobús. El listado se va acabando, y el delantero Olexandr Volkov es el último en ser nombrado. Artyom Vasily y Roman Zozulya son los dos jóvenes que no jugarán con el Dinamo Kiev-3 ese fin de semana. Artyom coge su peto naranja con el que había disputado el partidillo final, lo deposita en la bolsa, y se dirige a las duchas sin rechistar. Mientras, Roman llora desconsoladamente sobre el césped. Josef Sabo le despeina con la mano, y le manda a los vestuarios. El sol está cayendo, y hace falta regar aquel terreno de juego artificial.

Una hora más tarde, Artyom se encuentra en su habitación, nuevamente sólo. Desde que está ahí, realmente, siempre ha estado sólo. Prefiere la soledad que le recuerda a su Chernobyl, a la compañía de aquellos que verdaderamente son más indigentes y ignorantes que él, quienes le pegan y vejan hasta el cansancio. Su cama es lo único que no echa de menos. Aquel blando colchón es su sostén, y el techo marrón su cielo. Los demás jóvenes están reunidos en el comedor para la cena, pero él ya se ha despachado. El hambre acumulado en quince años no se saciará en sólo dos meses. Se le hace la boca agua al pensar que mañana habrá de nuevo comida caliente y apetitosa sobre la mesa, pero aún le tiene respeto, no vaya a ser que mañana ya no haya. Cuando está a punto de cerrar los ojos, alguien toca a la puerta.

- Pase -dice tímidamente.

- Hola Artyom -es Roman, que le saluda aún con los ojos rojos de llorar.

- Ah, Roman.

- ¿Tienes... un minuto?

- Claro.

- Veo que te han dejado fuera del partido de mañana.

- Igual que a ti -queriendo ser sincero, pero siendo cortante.

- Sí... es una *****.

- Habrá que seguir esforzándose.

- ¡No servirá para nada! -grita Roman- Lo... lo siento. Es que... mi situación no es la misma que la tuya.

- Siempre hay segundas oportunidades Roman.

- Ya lo sé, ¿pero qué hacer cuando ya has malgastado tu segunda oportunidad? Hace dos temporadas, cuando tenía tu edad... quizás un año menos, llegué a jugar en la segunda división. ¡Anoté un gol y todo! Luego esta lesión... -se agarra la pierna derecha- me la destrocé en siete pedacitos, y después de estar un año parado, he vuelto. ¡Para no ser escogido!

- Aún eres joven, sé fuerte.

- Sí... ya tengo diecisiete años. Dentro de poco me quitarán la beca y me tendrán que echar.

- Ya veo -dice Artyom mientras, de un brinco, se sienta sobre la cama-. No sé qué decirte, la verdad...

- En fin, no digas nada. No sé ni tan siquiera porqué te digo esto. Imagino que tenía que contárselo a alguien.

- Aquí estoy siempre, ya sabes.

- Sí... bueno, nos vemos.


Roman abre la puerta, y cierra tras sí. Justo en el momento en el que el fechillo suena, los altavoces del recinto repiten dos nombres hasta en tres ocasiones. Artyom Vasily y Roman Zozulya. Las indicaciones son claras: presentarse en el despacho del entrenador del primer equipo, Yury Semin. Artyom sale en cuanto escucha su nombre y, extrañado, se encuentra allí a Roman. Este, cabizbajo, se espera lo peor, mientras que Artyom no quiere darle muchas vueltas al asunto. Tras unos minutos de camino, ambos llegan al despacho. Tocan, y el ruso les permite el paso enseguida.

- Siéntense, señores... -dice muy serio- Quiero ir directo al grano, mi esposa me espera en casa, y ya son muchas noches sin llegar a la hora -intenta hacer la gracia, sin efecto-. En fin, mañana os quiero a las 15:30 en el estadio.

- Pero, entrenador -interrumpe Roman-, no hemos sido convocados para el encuentro de mañana.

- El tercer equipo juega a las 11. El segundo a las 5 de la tarde. No hay que ser muy inteligentes para saber que jugarán con el segundo equipo ante el Metallurg Mariupol, el lider de la segunda división ucraniana.

- Qué... -Roman vuelve a llorar, pero esta vez de alegría- ¡¡increible!!

- Sí, sí, tranquilícese señor Zozulya. Sus convocatorias son debidas a las lesiones del primer equipo. Nos hemos visto obligados a darles cancha a varios canteranos. Todo es un efecto mariposa.

- ¡¡Daremos lo mejor de nosotros mismos!! -exclama Roman, exaltado. Artyom, a su vez, permanece callado y serio en su silla, aunque tras la última frase de su compañero, le mira de reojo, extrañado.

- Mañana será un gran día para ustedes muchachos. No desaprovechen la ocasión.

- ¡Por supuesto que no lo haremos!


Ambos salen, mientras que el señor Semin empieza a recoger sus cosas y a apagar las luces. En los pasillos, los gritos de Roman retumban en todo el edificio. Saltando como un poseso, la voz de Artyom le hace parar de brincar.

- Allí adentro... -tímidamente- has dicho nosotros.

- ¡Claro Arty! ¡Daremos guerra!


Roman le pega con el puño en el brazo. Pero, esta vez, Artyom sí cambia de gesto. Esta vez, sonríe.

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Los primeros baquillos del chaval de Chernobyl

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eeveeto
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Re: La vida de Artyom Vasily

Mensajepor eeveeto »

Muy buena tu historia ! Siguela!
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vaporeon inundara tu casa ... flareon quemara la de tu vecino ... jolteon te electrocutara ... espeon te dara dolores de cabeza ... umbreon te hara desaparecer en la oscuridad ... leafeon pondra plantas carnivoras en tu jardin ... glaceon congelara la ciudad en el invierno ... Y yo , eeveeto me encargare de que todo lo anterior se cumpla xD


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