Pero no tendré una actividad reciente como antes, de momento solo quería postear esto aqui, ya que el de este foro es uno de los mejores foros de fanfics que conozco (a pesar de que abundan los comentarios estilo "buena fic wn siguela").
Bueno, el caso es que esto es un relato corto, el tema... es indescriptible. Sólo leanla
One Minute To Midnight
Y allí estaba yo. Sólo era una persona más entre la muchedumbre. Sólo una vida más flotando a la deriva en un mar de gente, cada una con su propio mundo interior, aunque yo sentía que pocos de esos mundos podrían ser tan complejos como el mío.
Era extraño. Me hallaba andando por las calles más transitadas de una de las ciudades con mayor densidad de población del mundo, y aún así me sentía más solo que en ningún otro momento de mi vida. Es como si me envolviese una fina película transparente que me separaba del mundo y me incomunicaba, asfixiándome en mi propia atmósfera. Nadie era capaz de comprender lo que me pasaba.
Mi vida era una vida normal en todos los sentidos de la palabra, monótona y aburrida. Estaba estudiando segundo de bachillerato en una escuela pública en el centro de la ciudad. Nunca me gustó estudiar, pero aún así conseguía sacar unas notas mediocres, pero lo suficientemente buenas como para poder entrar en una universidad más o menos buena, sacar el título universitario que quisiese, conseguir un trabajo dentro de lo decente, con un sueldo razonable, y poder vivir cómodamente.
Me encontraba andando por una calle, como he dicho antes, muy transitada. El bullicio de gente, cada una andando hacia un destino, y otras simplemente dejándose llevar, dotaban a la ciudad de vida propia, como si de un gran organismo vivo se tratase. Mi destino, en particular, era visitar a un dentista. No me ocurría nada en particular, al contrario, mi salud siempre había sido uno de mis puntos fuertes, pero se trataba de una de esas citas que te hacen periódicamente para ver si todo está en orden. En toda mi vida, sólo había tenido que acudir al dentista por problemas bucales una vez, la cual me había bastado para sacar una conclusión: odiaba ir al dentista. Odiaba ir al dentista, pero no por los motivos que se suele odiar a los dentistas. A mi no me daban miedo esas grandes pinzas metálicas, ni la colosal jeringuilla con la que te aplican la anestesia local, ni tampoco la luz con la que te apuntan para poder ver mejor, o el cajón dividido en compartimentos llenos de pequeñas partes metálicas, guantes de látex, y utensilios varios. Yo lo que realmente odiaba del dentista eran cosas como que te citaban a una hora y te atendían dos horas después, o su peculiar costumbre de hacer chistes carentes de gracia esperando que respondieses algo, pasando por alto el detalle de que tenías la boca dormida y llena de aparatos metálicos.
Seguí bajando la gran calle hasta llegar a una bifurcación, donde tomé la calle de la derecha. Un callejón estrecho en el que sólo había una antigua librería y un mendigo durmiendo en la acera. En la cima de la calle, ahí estaba la puerta del dentista.
Todo fue según lo previsto, bueno, miento. Lo previsto era que tuviese que esperar una o dos horas antes de ser atendido, pero en esta ocasión no había tenido que aguardar ni treinta minutos. Ese día había llevado un libro que acababa de comprar en una gran librería de un centro comercial para leerlo, pero no me dio tiempo; así que decidí pasarme por un pub al que ya había ido un par de veces y que quedaba por ahí cerca para leer un poco mientras tomaba algo para refrescarme.
Eran principios de Julio. Durante todo el día hacía mucho calor, pero al llegar el atardecer el ambiente refrescaba un poco, lo que era de agradecer. Yo estaba sentado en una mesa en la terraza del pub que antes he mencionado; de fondo sonaba el tema One minute to midnight, del dúo francés de música electrónica Justice. El camarero se acercó y le pedí un whisky con hielo y un plato de patatas fritas. Me lo trajo en poco tiempo, al parecer no tenía demasiado trabajo esa tarde.
Serían alrededor de las 9 p.m y empezaba a oscurecer. Yo estaba en aquella mesa, leyendo mi libro, cuando algo me llamó la atención. Entre toda la gente que pasaba por aquella calle, percibí la presencia de una especial. Era una mujer que aparentaba tener entre 17 y 21 años. El pelo negro brillante le llegaba por un poco más abajo de los hombros, y de vez en cuando ondeaba al ritmo que marcaban las suaves brisas del final de la tarde. Ella estaba apoyada en un cartel, a un lado de la calle. Vestía unos pantalones vaqueros azules, una camiseta sencilla y unas gafas de sol negras en la cabeza. No llevaba nada en las manos. Tampoco daba signos de haber quedado con nadie (a parte de que era un sitio un tanto extraño para quedar) ya que no consultaba la hora ni miraba hacia los lados como buscando a alguien. Simplemente se limitaba a estar allí, apoyada contra el cartel, mirando al suelo impasible. Y así permaneció minutos (que a mi me parecieron horas), sin hacer nada, limitándose a aguantar impasible mientras el tiempo iba corriendo.
Mientras la observaba, pedí otro whisky Red Label. Al mirarla sentía una extraña sensación, como un ventisca polar que recorría mi interior congelando todo mi cuerpo. Derepente tuve una extraña certeza de que ella era mi “media naranja”, mi ser complementario. Pensé que ella era la materialización de todo lo que yo deseaba. Si alguien me dijese: “piensa en tu mujer ideal”, esa sería la imagen exacta que se formaría en mi mente. Tras pasar varios minutos mirándola fijamente, como embriagado por el licor más dulce, volví a la realidad. Bebí el whisky que quedaba en el vaso de un trago, me mire las palmas de las manos y a continuación me froté los ojos, como si quisiese comprobar que aquel era yo, que no estaba soñando. Cuando volví a dirigir la mirada hacia la chica, esta había desaparecido. La busque con la mirada por la transitada calle, pero no la encontré. En esos pocos segundos en los que había apartado la mirada ella no podía haber ido muy lejos, pero por más que la busqué no la vi. Por extraño que parezca, se había esfumado como el humo, sin dejar rastro. Por unos segundos pensé que tal vez se hubiera tratado de una especie de visión, pero no. Definitivamente no podía ser sólo mi imaginación. Aquello era demasiado real. Había recorrido los rincones más recónditos de mi cuerpo como una ráfaga de aire, descubriéndome una sensación que nunca antes había sentido.
“Es gracioso”, pensé. Nos pasamos toda la vida buscando a la persona ideal, pero las probabilidades de encontrarla son muy muy pequeñas, casi ínfimas. De hecho, la mayoría de las personas acaban junto a alguien por el que no sienten nada especial. Ellos creen que lo sienten, que han encontrado a la persona perfecta, pero es mentira. Sólo unos pocos afortunados que sienten lo que yo sentí esa tarde son capaces de comprender que no es tan fácil. Sin embargo, yo lo había hecho. Yo había tenido delante de mis propias narices a mi media mitad, de eso no cabe duda. Pero ella ya se había ido, había desaparecido como el humo, sin dejar rastro. Y yo volvía a estar sólo.
Comentenla, a ser posible dejando algun esfuerzo intelectual en ello D:
