Bueno, empiezo un nuevo fic que llevo planteándome hacer desde hace bastante tiempo. Espero que os guste.
LOS GUERREROS LEGENDARIOS
y el Demonio de la Oscuridad
Capítulo 1: La excursión
__¡RING-RING!
Le di al botón de parada del despertador como si hubiera estado esperando aquel momento. Al contrario que los otros chicos y chicas de mi edad, ir al colegio era una de las cosas que más me gustaban, al igual que estudiar. Llamadme loco si queréis, pero es la verdad. No tenía ningún tipo de videoconsola, solo un ordenador que usaba para hacer los trabajos que mandaban en la escuela.
Todo esto preocupaba mucho a mi madre. Ella pensaba que lo normal para alguien de mi edad sería salir con sus amigos y pasárselo bien, pero yo apenas tenía amigos y, de todas formas, me entretenía estudiando.
Me levanté de un salto de la cama, alegre tras un largo fin de semana. Miré hacia la silla que tenía en frente al escritorio de mi habitación, donde reposaba cuidadosamente doblada la ropa que me había dejado preparada mi madre para que me pusiese aquel día. Avancé un paso hacia la silla, pero tropecé contra algo y caí de bruces al suelo sobre los codos y las rodillas provocando un gran estrépito. Lancé un grito de dolor y luego miré hacia atrás para ver lo que me había hecho tropezar. Era la mochila del colegio, que había dejado preparada de la noche anterior al lado de la cama.
Oí los pasos apresurados de mi madre que se acercaban por el pasillo. Entró en la habitación como una exhalación y dijo en tono preocupado:
__Oh, Diego, cariño, ¿qué te ha pasado? ¿Estás bien?
Me cogió por un brazo para ayudarme a levantar. Me incorporé con un quejido y luego respondí:
__He tropezado con la mochila, no es nada __pero justo entonces me entró un arranque de tos y mi madre me obligó a sentarme en la cama.
__Llevas desde el sábado con esa tos. Hoy es mejor que te quedes en casa, no sea que te vayas a empeorar en la escuela.
__Estoy bien __repliqué e intenté levantarme de la cama, pero mi madre me obligó a seguir sentado__. Solo es un poco de tos. Seguro que se me pasa enseguida, anda, déjame ir al colegio.
Mi madre suspiró, como siempre hace antes de soltar una de sus charlas.
__Cariño, deberías de divertirte más y no estudiar tanto. Tendrías que alegrarte de no tener que ir hoy al instituto, como todos los demás chicos y chicas de tu edad. La verdad, hijo, no te entiendo.
Siguió hablando un rato más sobre lo mismo. Yo tampoco la entendía a ella. Cualquier madre estaría encantada de que su hijo fuese el número uno en el colegio, pero ella no. Se preocupaba mucho por mis gustos sobre la escuela y el estudio y más de una vez sugirió que quizás debería de ir a un psicólogo por si tenía un trauma o algo. De no ser por mis quejas y las de mi padre (que protestaba por el dineral que costarían todas las sesiones con el psicólogo) habría ido.
__Voy a ir __dije levantándome de la cama y, tras unos instantes, añadí__. Quieras o no.
Al momento me arrepentí de lo que había dicho. Nunca le había hablado así a mi madre, pero me había hartado de sus preocupaciones y sus charlas. Me miró durante unos segundos con una mezcla de tristeza y preocupación en el rostro. Pensé que se pondría furiosa, pero en vez de eso se puso en pie lentamente y dijo:
__Te prepararé el desayuno.
Y salió de la habitación hacia la cocina. Me arrepentí aun más de haberle hablado así e intenté apartar lo sucedido de mi mente y comencé a vestirme. Cuando terminé fui al cuarto de baño a lavarme la cara y, finalmente, me dirigí a la cocina. En la mesa tenía el desayuno ya preparado, un cuenco de leche con cereales. Mi madre debía de haber vuelto a acostarse, pues ella suele levantarse más tarde.
Terminé el desayuno y salí de casa con la mochila a cuestas. Caminé por la calle a paso rápido y a los pocos minutos llegué al instituto, ya que quedaba solo a una manzana de mi casa. En el patio los alumnos se apiñaban en grupos más o menos grandes hablando sobre todo tipo de cosas. Yo, en cambio, me quedé solo al lado de la puerta que daba al interior del edificio del instituto, a la espera de que tocase el timbre.
No debió de pasar más de un minuto cuando noté que alguien me daba una fuerte palmada en la espalda. Di un respingo por el susto que me provocó un nuevo ataque de tos. Alberto me dio unas cuantas palmadas más suaves en la espalda para que dejase de toser.
__Hay que ver. Mira que venir a clase enfermo... __me dijo.
__No estoy enfermo __repliqué una vez me hube recuperado.
__Nooo __contestó Alberto con ironía.
Alberto es el único amigo que tengo en todo el instituto. Al contrario que yo, el es alto y corpulento, con el mismo pelo corto y negro que yo, y los ojos de color castaño. Los míos son azules y a menudo me dicen que estoy muy pálido por no salir a tomar el sol.
__Deberías de divertirte más __me aconsejó__. Tanto estudiar no puede ser bueno. Uno de estos días se te quema el cerebro.
__Tampoco es para tanto __dije malhumorado al recordar las charlas de mi madre. Miré mi reloj digital de pulsera. Faltaba menos de un minuto para que tocase el timbre.
__¿Ah, no? Dime una sola persona que estudie durante las vacaciones de verano.
Ahí no puede replicarle nada. Era cierto que compraba los libros del curso siguiente para estudiarlos, pero solo porque no tenía otra cosa que hacer.
__Ojalá vinieras ayer con nosotros __continuó Alberto__. Miguel compró petardos. Estuvimos en el descampado y no te vas a creer lo que hicimos. Ah, lo recuerdo como si fuera ayer...
__Es que fue ayer __puntualicé, y justo entonces sonó la campana. Nos encaminamos hacia el interior del edificio mientras Alberto me contaba las miles de cosas que habían roto con los petardos. Yo no le escuchaba. Iba repasando la lección de ciencias naturales mentalmente. Si no había ido con Alberto no era solo porque no me gustase tirar petardos (el ruido que hacen me hace daño en los tímpanos), si no también porque no le tenía demasiada simpatía a su amigo Miguel. Nadie más a parte de Alberto se comportaba bien conmigo. El resto de los alumnos no me hacían caso o se burlaban de mí al pasar por mi lado.
Aquel lunes fue como todos los demás, y solo en la clase de tutoría, a la última hora, el tutor nos dio una noticia inesperada que cambió la rutina de aquel día.
__Nos acaban de informar de que hay una excursión programada a las Cuevas de Altamira __dijo mientras repartía por la clase unos papeles__. El importe que hay que pagar es de cien euros, como está indicado en las autorizaciones que estoy dando. Acordaos de traerla el próximo día firmada por vuestros padres o tutor, porque la excursión es mañana.
__¿Mañana ya? __preguntó Alberto, que se sentaba mi lado, mientras yo cogía la autorización que me tendía el profesor.
__Sí, nos avisaron con muy poca antelación __respondió el tutor, y luego dijo alzando la voz para hacerse oír entre el griterío de emoción del resto de los alumnos__. Y más vale que llevéis una libreta y un bolígrafo para apuntar, porque tendréis que hacer una redacción para el jueves sobre todo lo que habéis visto.
Al instante los gritos de entusiasmo fueron sustituidos por unos de fastidio. Yo me alegré de tener un nuevo trabajo que hacer, pero no lo expresé porque sabía de sobra lo que dirían mis compañeros del instituto. Nuestro tutor también nos daba clase de historia.
Una chica de la última fila levantó la mano. El profesor se giró hacia ella.
__¿Sí, María?
María bajó la mano al tiempo que preguntaba:
__¿Los que no vayan a la excursión también tienen que hacer el trabajo?
__No __contestó el tutor__. Pero están obligados a venir a clase como si fuera un día normal.
__¿Tú vas a ir? __me preguntó Alberto.
__Claro __contesté, pero lo hacía más por el trabajo que por la excursión.
***
Al llegar a casa, mientras comíamos, le comenté a mis padres lo de la excursión. Ellos parecían muy contentos de que fuera, sobre todo mi madre.
__¿Cuanto cuesta? __preguntó mi padre mientras cortaba un trozo de filete.
__Cien euros __respondí. Mi padre se atragantó con el cacho de carne que se disponía a tragar y mi madre casi le tiene que hacer las maniobras de primeros auxilios.
__¡Caray! ¿Cómo es que cuesta tanto una excursión? __preguntó mi padre una vez logró tragar.
__Vamos a quedarnos a dormir en una posada y hay que pagar también la entrada a las cuevas __expliqué.
__Ya, pero es que es tan caro... __objetó mi padre.
__Pero le vendría bien tomar el aire __intervino mi madre observándome con su habitual mirada de preocupación__. Está tan pálido...
__Ya lo sé __dijo mi padre. Luego se giró hacia mí y dijo de mala gana__: Está bien, te pagaré esa excursión, pero déjame terminar de comer primero.
Esa tarde mi padre me firmó la autorización y me dio el dinero para la excursión. Lo metí todo en un sobre y el resto del día lo pasé en mi habitación haciendo los deberes y estudiando.
A la mañana siguiente fui al instituto normalmente. Nada más llegar a clase el tutor recogió las autorizaciones y el dinero. Después salimos a la entrada del instituto, donde nos esperaban dos autocares. Estaban también las demás clases de segundo, A y B. Las dos primeras subieron al primer autobús mientras que a nosotros, segundo C, nos tocó el que quedaba.
El viaje fue muy largo. Debió de durar por lo menos cinco horas, aunque de todas formas desde Badajoz, la ciudad donde vivíamos, hasta las Cuevas de Altamira había un buen trecho. El resto fue como en todas las otras excursiones. Los chicos comían las chucherías a escondidas, las chicas cantaban, yo me mareé a los cinco minutos...
Finalmente llegamos a las cuevas. Me bajé del autobús, aliviado. La garganta me picaba más que el día anterior y creía que tenía algo de fiebre.
Antes de nada fuimos a un prado cercano a comer los bocadillos que habíamos traído cada uno en su propia mochila. Luego hicimos un descanso hasta las cuatro de la tarde, pues la entrada a las cuevas no abría hasta entonces.
Llegamos a las cavernas a las cuatro y media, por culpa de un alumno que se había extraviado en el prado. Me quedé maravillado por su belleza, a pesar de que solo estaba viendo la entrada. Consistían en varias cuevas situadas en la ladera de una pequeña montaña muy gastada por la acción de la erosión. Allí fue donde comenzó toda mi historia.
Continuará.
------------------------
He tenido que cambiar algunos detalles. Tuve que poner Badajoz en vez de Galicia, que es donde vivo realmente, por la duración del viaje en autobús. La situación de las cuevas me la he inventado (no he estado nunca en ellas) así que si alguien que sí ha estado sabe como son puede poner una descripción para hacer la historia más realista.
Los Guerreros Legendarios y el Demonio de la Oscuridad
- pokefan garcia
- Revisando antecedentes de Alana
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- Registrado: Sab Abr 15, 2006 3:16 am
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Capítulo 2: La misteriosa esfera azul
Nuestro tutor, que nos había acompañado a la excursión junto a los de las otras clases, nos presentó al guía que nos enseñaría las cuevas. Se llamaba Fred, y debía de tener alrededor de unos cincuenta años. Tenía el pelo cano, como en inmenso bigote, y los ojos pequeños y de color castaño. Su cara estaba surcada de arrugas que se acentuaban cada vez que sonreía.
__Tenéis que tener mucho cuidado __nos advirtió muy serio antes de entrar en una de las numerosas cuevas que había. Se trataba de una zona montañosa muy escarpada__. Las cuevas tienen muchos túneles diferentes y es muy fácil perderse en ellas, así que no debéis separaros ni un segundo de mí. ¿Está claro?
Todos asentimos y el guía sonrió ampliamente.
__Entremos, pues. Puede que nos encontremos con algunos esqueletos, pero no os preocupéis. Por lo general solo se despiertan por la noche.
Algunos chicos rieron por la broma. A mí no me hizo ninguna gracia, quizás porque me sentía bastante mal. Definitivamente, mi madre tenía razón, aunque no me gustase admitirlo. Mi catarro estaba empeorando, pero aún así no se lo comenté a nadie y entré en la cueva al lado de Alberto.
La caverna estaba bastante oscura, iluminada solamente por unas bombillas situadas en el techo rocoso cada pocos metros. El suelo estaba echo de una tierra muy dura y oscura. Las paredes eran muy rugosas en algunos puntos y lisas en otros. En estas últimas zonas se encontraban las pinturas. Fred se paraba en cada una de ellas para explicar que representaban, y eso fue lo único que hizo durante todo el trayecto por la cueva, de modo que a los cinco minutos todos los demás alumnos estaban aburridos y hablaban entre ellos haciendo caso omiso de las explicaciones del guía y las reprimendas del tutor.
__¡Puf, menudos dibujos! __comentó Alberto acercándose a una pintura que representaba a varios hombres lanzándole lanzas a una especie de mamut__. Parecen los garabatos de un niño de tres años.
__Sí __contesté, distraído. Había dejado de tomar apuntes. Estaba tan cansado que no tenía fuerzas para prestar atención.
__Quedaría mejor un graffit __opinó mi amigo con una mano en el mentón, como si fuese un artista examinando una obra de arte__. Que pena que no me halla traído los sprais. ¿Te imaginas lo que dirían si encontrasen un graffiti mío en la pared? A lo mejor me hacía famoso y todo.
En ese momento Fred empezó a caminar de nuevo por la cueva. Los demás lo seguimos mientras cruzaba una serie de bifurcaciones con decisión. Debía de saberse el camino como la palma de la mano.
Finalmente llegamos a una amplia sala circular, con un dibujo mucho más grande que los que habíamos visto hasta el momento. La pintura representaba a un dragón negro que lanzaba fuego por la boca hacia una figura. Parecía humana, pero obviamente no lo era. Tenía la piel roja, el torso ancho cubierto por una especie de armadura que le llegaba hasta los muslos. La cara era irregular, con unos pequeños cuernos negros al lado de cada mejilla, y el mentón era muy grande comparado con el resto de la cabeza. No tenía pelo. En su lugar había dos cuernos bastante largos, estos de color blanco. Por último, llevaba una guadaña en la mano.
__Esta __empezó Fred, y me esforcé en escuchar lo que decía, pues sentí de repente una enorme curiosidad por aquel dibujo, aunque no sabía por qué__ es la última de las pinturas que veremos en esta cueva, ya que hay demasiadas como para que podamos verlas todas en un solo día. Como podéis ver, representa a un dragón luchando contra una criatura que aún hoy no sabemos de qué se trata. Este dibujo nos trajo muchas hipótesis sobre los seres humanos, que al principio pensábamos que dibujaban solamente lo que veían y sus posibles planes de caza. Sin embargo, la pintura aquí presente nos confirmó que también representaban cosas imaginadas por ellos mismos. No hace falta decir que los dragones nunca han existido.
"Aún así, no encontramos ninguna otra pintura en las Cuevas de Altamira que representase temas imaginarios distintos a estes. Todos los dibujos eran similares al de aquí, lo que nos hizo suponer que el dragón debía de tratarse de un dios en el que creían en aquel momento de la prehistoria luchando contra lo que relacionaban con el diablo."
"Pero la historia de estas pinturas no acaba aquí. Los arqueólogos encontraron textos escritos de la época medieval donde se relataba la leyenda de estos supuestos dioses. Según los escritos, hubo una época en la que Inferno, el dios del Inframundo, intentó conquistar la superficie terrestre. Y lo habría conseguido de no ser por Orión, el dragón sagrado encargado de proteger y mantener la paz en la Tierra. Orión corrió a defender nuestro planeta nada más enterarse de los planes de Inferno. Luchó contra él y sus secuaces durante siglos. En varias ocasiones devolvió al "demonio", por así decirlo, a su reino subterráneo sin dificultad, pues era mucho más fuerte que él y todo su ejército de criaturas juntos.
"Sí, parecía que los planes de Inferno nunca iban a dar resultado, pero no fue así. El dios del Inframundo aprovechó el momento en el que Orión estaba dormido para atacarle. La leyenda dice que los dragones son criaturas muy poderosas capaces de mantenerse despiertas durante muchos años si es preciso, pero que al cabo de un cierto tiempo tienen que dormir como todos los demás seres vivos. Así, cuando el protector de la Tierra se despertó ya era demasiado tarde. Inferno le había lanzado su golpe más poderoso hiríendolo de gravedad, de modo que no le quedaban fuerzas para pelear. Estaba acorralado, y solo le quedaba una salida si no quería que conquistaran la superficie de nuestro planeta. Reunió toda la energía que le quedaba para enviar de nuevo a Inferno y sus esclavos al Inframundo. Después, cerró la entrada con un sello para que no pudieran volver a salir. Los dos hechizos que utilizó agotaron todas sus energías, y habrían acabado con su vida. Sin embargo, Orión no murió. Sabía que el sello que había creado no duraría para toda la eternidad. Puede que aguantase siglos, o incluso miles de años, pero tarde o temprano Inferno volvería para tratar de conquistar otra vez la superficie terrestre. Por eso, destruyó su cuerpo y dividió la energía restante en tres esferas de igual poder que se repartieron por tres lugares del mundo diferente, recuperándose y esperando a sus respectivos dueños para darles un poder que jamás podrán imaginar. Con el deberán derrotar al dios del Inframundo una vez se rompa el sello que el dragón creó."
Fred pasó la mirada por todos los alumnos una vez terminó el relato. La estancia estaba en completo silencio. Al parecer no era el único al que le interesaba la historia.
__Evidentemente, no es más que una leyenda __dijo el guía, sonriente__. Y ahora analicemos el material con el que está hecho el dibujo. Si os fijáis bien...
Dejé de prestar atención, al igual que el resto de mis compañeros. Me quedé pensando en la leyenda durante unos instantes y entonces, sin previo aviso, todo el malestar del resfriado volvió con toda su fuerza. Noté otra vez el picor de garganta y el ardor de la fiebre. Había estado tan concentrado mientras Fred contaba la historia que no me había dado cuenta de los efectos del catarro. Ahora lo único que me preocupaba era poder aguantar de pie hasta llegar al autobús.
Finalmente, el guía acabó de explicar la composición de la pintura y comenzó a caminar hacia la salida de la sala circular. El grupo de alumnos lo siguió detrás. Yo iba el último, justo detrás de Alberto.
__Date prisa __me dijo mi amigo al ver que no me movía.
__Vete yendo. Yo voy ahora __contesté sin mirarle. Algo acababa de llamarme la atención en aquella estancia. Había una entrada a una especie de túnel en la que no había reparado antes. De ella salía un pequeño destello azul celeste.
__¿A dónde llevará ese túnel de allí? __pregunté volviéndome hacia el lugar donde estaba Alberto, pero no lo encontré. Debía de haberse puesto en camino junto al resto de los alumnos. Si no me daba prisa perdería al grupo en una de las numerosas bifurcaciones que tenía la cueva. Sin embargo, una fuerza misteriosa me empujaba hacia el destello azulado que salía del túnel. No recordaba haberlo visto antes, pero en ese momento no pensé mucho en ello. Decidí entrar lo más rápido posible para averiguar la causa de la luz azul.
El túnel era bastante corto, por lo que pude cruzarlo en poco tiempo, y terminaba en una sala circular como la anterior, solo que más pequeña. En el centro de la misma flotaba una esfera azul de unos treinta centímetros de diámetro. La miré embelesado durante unos instantes, sin poder pensar en otra cosa. Aquella misteriosa bola de luz me atraía con una intensidad que no había sentido nunca antes. Instintivamente, alargué un brazo y, casi sin darme cuenta, la toqué.
Apenas la había rozado con un dedo, pero eso fue suficiente para activarla. La esfera se comprimió hasta quedar reducida al tamaño de una bola de billar y luego se expandió ocupando la estancia completa, todo en un par de segundos. Me protegí los ojos con una mano para que la intensa luz azul no me cegase, y al cabo de unos instantes cesó.
Parpadeé asombrado varias veces para acostumbrarme a la oscuridad que reinaba ahora en la sala. La esfera había desaparecido como por arte de magia, de modo que ya no había ninguna luz que iluminase el túnel. "¿Qué demonios ha pasado?" me pregunté mentalmente, y la leyenda que nos había relatado Fred momentos antes vino a mi cabeza. "No puede ser verdad" pensé. Podría ser un efecto especial de la cueva preparado para los visitantes, ¿pero por qué no nos la había enseñado el guía entonces?
No podía pensar con claridad por culpa de la enfermedad, así que decidí dejarlo para más tarde. Entonces me di cuenta de que el grupo ya debía de haber pasado la primera bifurcación y me entró el pánico. Una de las cosas que más miedo me ha dado en la vida es perderme en un sitio que no conozco. Corrí por el túnel hasta llegar a la ya iluminada sala donde estaba la pintura de Inferno y Orión, pero no me detuve. Seguí corriendo por el siguiente pasillo y no me detuve hasta oír la voz de Fred. Se me quitó un peso de encima al verlo explicando un nuevo dibujo. Llegué jadeando junto a Alberto y luego miré al resto de los alumnos y a los profesores. Nadie parecía haberse dado cuenta de mi ausencia, excepto mi amigo.
__¿Qué hacías ahí atrás? __me preguntó. Tardé unos segundos en recuperarme de la carrera y luego le respondí con una nueva pregunta:
__¿Has visto el túnel que salía de la última sala que visitamos?
__¿Qué túnel? Cuando entramos yo miré toda la sala y no vi nada.
__Había uno que conducía a otra sala igual, solo que más pequeña __expliqué__. Entré en ella y vi una esfera azul que flotaba en el aire. La toqué y luego desapareció.
Alberto me miró durante unos instantes como si me hubiera vuelto loco.
__Diego, ¿seguro que estás bien? No había ningún túnel allí. Tanto estudiar debe de haberte vuelto majara.
Me dispuse a replicarle, pero entonces Fred volvió a retomar el camino hacia la salida de la cueva. De todas formas, estaba demasiado cansado como para iniciar una discusión. Lo único que quería era volver al autocar.
Por desgracia, después visitamos otras dos cuevas. Hicimos un pequeño descanso antes de entrar en la segunda para merendar. Por fin, cuando ya eran las ocho en punto, salimos de la última caverna que visitaríamos y nos dirigimos hacia el autocar. Nada más entrar me dejé caer en el asiento más cercano. Estaba muerto de agotamiento, y solo me quedaban fuerzas para reflexionar sobre lo que había sucedido. Todo indicaba que la esfera que había encontrado era una de las tres que describía la leyenda, pero aquello no podía ser posible. Intenté hallarle una explicación lógica, pero no se me ocurrió ninguna. Finalmente, me rendí, y decidí que lo mejor sería que descansase hasta llegar a la posada en la que pasaríamos la noche, y luego intentar resolver de nuevo aquel misterio.
Nuestro tutor, que nos había acompañado a la excursión junto a los de las otras clases, nos presentó al guía que nos enseñaría las cuevas. Se llamaba Fred, y debía de tener alrededor de unos cincuenta años. Tenía el pelo cano, como en inmenso bigote, y los ojos pequeños y de color castaño. Su cara estaba surcada de arrugas que se acentuaban cada vez que sonreía.
__Tenéis que tener mucho cuidado __nos advirtió muy serio antes de entrar en una de las numerosas cuevas que había. Se trataba de una zona montañosa muy escarpada__. Las cuevas tienen muchos túneles diferentes y es muy fácil perderse en ellas, así que no debéis separaros ni un segundo de mí. ¿Está claro?
Todos asentimos y el guía sonrió ampliamente.
__Entremos, pues. Puede que nos encontremos con algunos esqueletos, pero no os preocupéis. Por lo general solo se despiertan por la noche.
Algunos chicos rieron por la broma. A mí no me hizo ninguna gracia, quizás porque me sentía bastante mal. Definitivamente, mi madre tenía razón, aunque no me gustase admitirlo. Mi catarro estaba empeorando, pero aún así no se lo comenté a nadie y entré en la cueva al lado de Alberto.
La caverna estaba bastante oscura, iluminada solamente por unas bombillas situadas en el techo rocoso cada pocos metros. El suelo estaba echo de una tierra muy dura y oscura. Las paredes eran muy rugosas en algunos puntos y lisas en otros. En estas últimas zonas se encontraban las pinturas. Fred se paraba en cada una de ellas para explicar que representaban, y eso fue lo único que hizo durante todo el trayecto por la cueva, de modo que a los cinco minutos todos los demás alumnos estaban aburridos y hablaban entre ellos haciendo caso omiso de las explicaciones del guía y las reprimendas del tutor.
__¡Puf, menudos dibujos! __comentó Alberto acercándose a una pintura que representaba a varios hombres lanzándole lanzas a una especie de mamut__. Parecen los garabatos de un niño de tres años.
__Sí __contesté, distraído. Había dejado de tomar apuntes. Estaba tan cansado que no tenía fuerzas para prestar atención.
__Quedaría mejor un graffit __opinó mi amigo con una mano en el mentón, como si fuese un artista examinando una obra de arte__. Que pena que no me halla traído los sprais. ¿Te imaginas lo que dirían si encontrasen un graffiti mío en la pared? A lo mejor me hacía famoso y todo.
En ese momento Fred empezó a caminar de nuevo por la cueva. Los demás lo seguimos mientras cruzaba una serie de bifurcaciones con decisión. Debía de saberse el camino como la palma de la mano.
Finalmente llegamos a una amplia sala circular, con un dibujo mucho más grande que los que habíamos visto hasta el momento. La pintura representaba a un dragón negro que lanzaba fuego por la boca hacia una figura. Parecía humana, pero obviamente no lo era. Tenía la piel roja, el torso ancho cubierto por una especie de armadura que le llegaba hasta los muslos. La cara era irregular, con unos pequeños cuernos negros al lado de cada mejilla, y el mentón era muy grande comparado con el resto de la cabeza. No tenía pelo. En su lugar había dos cuernos bastante largos, estos de color blanco. Por último, llevaba una guadaña en la mano.
__Esta __empezó Fred, y me esforcé en escuchar lo que decía, pues sentí de repente una enorme curiosidad por aquel dibujo, aunque no sabía por qué__ es la última de las pinturas que veremos en esta cueva, ya que hay demasiadas como para que podamos verlas todas en un solo día. Como podéis ver, representa a un dragón luchando contra una criatura que aún hoy no sabemos de qué se trata. Este dibujo nos trajo muchas hipótesis sobre los seres humanos, que al principio pensábamos que dibujaban solamente lo que veían y sus posibles planes de caza. Sin embargo, la pintura aquí presente nos confirmó que también representaban cosas imaginadas por ellos mismos. No hace falta decir que los dragones nunca han existido.
"Aún así, no encontramos ninguna otra pintura en las Cuevas de Altamira que representase temas imaginarios distintos a estes. Todos los dibujos eran similares al de aquí, lo que nos hizo suponer que el dragón debía de tratarse de un dios en el que creían en aquel momento de la prehistoria luchando contra lo que relacionaban con el diablo."
"Pero la historia de estas pinturas no acaba aquí. Los arqueólogos encontraron textos escritos de la época medieval donde se relataba la leyenda de estos supuestos dioses. Según los escritos, hubo una época en la que Inferno, el dios del Inframundo, intentó conquistar la superficie terrestre. Y lo habría conseguido de no ser por Orión, el dragón sagrado encargado de proteger y mantener la paz en la Tierra. Orión corrió a defender nuestro planeta nada más enterarse de los planes de Inferno. Luchó contra él y sus secuaces durante siglos. En varias ocasiones devolvió al "demonio", por así decirlo, a su reino subterráneo sin dificultad, pues era mucho más fuerte que él y todo su ejército de criaturas juntos.
"Sí, parecía que los planes de Inferno nunca iban a dar resultado, pero no fue así. El dios del Inframundo aprovechó el momento en el que Orión estaba dormido para atacarle. La leyenda dice que los dragones son criaturas muy poderosas capaces de mantenerse despiertas durante muchos años si es preciso, pero que al cabo de un cierto tiempo tienen que dormir como todos los demás seres vivos. Así, cuando el protector de la Tierra se despertó ya era demasiado tarde. Inferno le había lanzado su golpe más poderoso hiríendolo de gravedad, de modo que no le quedaban fuerzas para pelear. Estaba acorralado, y solo le quedaba una salida si no quería que conquistaran la superficie de nuestro planeta. Reunió toda la energía que le quedaba para enviar de nuevo a Inferno y sus esclavos al Inframundo. Después, cerró la entrada con un sello para que no pudieran volver a salir. Los dos hechizos que utilizó agotaron todas sus energías, y habrían acabado con su vida. Sin embargo, Orión no murió. Sabía que el sello que había creado no duraría para toda la eternidad. Puede que aguantase siglos, o incluso miles de años, pero tarde o temprano Inferno volvería para tratar de conquistar otra vez la superficie terrestre. Por eso, destruyó su cuerpo y dividió la energía restante en tres esferas de igual poder que se repartieron por tres lugares del mundo diferente, recuperándose y esperando a sus respectivos dueños para darles un poder que jamás podrán imaginar. Con el deberán derrotar al dios del Inframundo una vez se rompa el sello que el dragón creó."
Fred pasó la mirada por todos los alumnos una vez terminó el relato. La estancia estaba en completo silencio. Al parecer no era el único al que le interesaba la historia.
__Evidentemente, no es más que una leyenda __dijo el guía, sonriente__. Y ahora analicemos el material con el que está hecho el dibujo. Si os fijáis bien...
Dejé de prestar atención, al igual que el resto de mis compañeros. Me quedé pensando en la leyenda durante unos instantes y entonces, sin previo aviso, todo el malestar del resfriado volvió con toda su fuerza. Noté otra vez el picor de garganta y el ardor de la fiebre. Había estado tan concentrado mientras Fred contaba la historia que no me había dado cuenta de los efectos del catarro. Ahora lo único que me preocupaba era poder aguantar de pie hasta llegar al autobús.
Finalmente, el guía acabó de explicar la composición de la pintura y comenzó a caminar hacia la salida de la sala circular. El grupo de alumnos lo siguió detrás. Yo iba el último, justo detrás de Alberto.
__Date prisa __me dijo mi amigo al ver que no me movía.
__Vete yendo. Yo voy ahora __contesté sin mirarle. Algo acababa de llamarme la atención en aquella estancia. Había una entrada a una especie de túnel en la que no había reparado antes. De ella salía un pequeño destello azul celeste.
__¿A dónde llevará ese túnel de allí? __pregunté volviéndome hacia el lugar donde estaba Alberto, pero no lo encontré. Debía de haberse puesto en camino junto al resto de los alumnos. Si no me daba prisa perdería al grupo en una de las numerosas bifurcaciones que tenía la cueva. Sin embargo, una fuerza misteriosa me empujaba hacia el destello azulado que salía del túnel. No recordaba haberlo visto antes, pero en ese momento no pensé mucho en ello. Decidí entrar lo más rápido posible para averiguar la causa de la luz azul.
El túnel era bastante corto, por lo que pude cruzarlo en poco tiempo, y terminaba en una sala circular como la anterior, solo que más pequeña. En el centro de la misma flotaba una esfera azul de unos treinta centímetros de diámetro. La miré embelesado durante unos instantes, sin poder pensar en otra cosa. Aquella misteriosa bola de luz me atraía con una intensidad que no había sentido nunca antes. Instintivamente, alargué un brazo y, casi sin darme cuenta, la toqué.
Apenas la había rozado con un dedo, pero eso fue suficiente para activarla. La esfera se comprimió hasta quedar reducida al tamaño de una bola de billar y luego se expandió ocupando la estancia completa, todo en un par de segundos. Me protegí los ojos con una mano para que la intensa luz azul no me cegase, y al cabo de unos instantes cesó.
Parpadeé asombrado varias veces para acostumbrarme a la oscuridad que reinaba ahora en la sala. La esfera había desaparecido como por arte de magia, de modo que ya no había ninguna luz que iluminase el túnel. "¿Qué demonios ha pasado?" me pregunté mentalmente, y la leyenda que nos había relatado Fred momentos antes vino a mi cabeza. "No puede ser verdad" pensé. Podría ser un efecto especial de la cueva preparado para los visitantes, ¿pero por qué no nos la había enseñado el guía entonces?
No podía pensar con claridad por culpa de la enfermedad, así que decidí dejarlo para más tarde. Entonces me di cuenta de que el grupo ya debía de haber pasado la primera bifurcación y me entró el pánico. Una de las cosas que más miedo me ha dado en la vida es perderme en un sitio que no conozco. Corrí por el túnel hasta llegar a la ya iluminada sala donde estaba la pintura de Inferno y Orión, pero no me detuve. Seguí corriendo por el siguiente pasillo y no me detuve hasta oír la voz de Fred. Se me quitó un peso de encima al verlo explicando un nuevo dibujo. Llegué jadeando junto a Alberto y luego miré al resto de los alumnos y a los profesores. Nadie parecía haberse dado cuenta de mi ausencia, excepto mi amigo.
__¿Qué hacías ahí atrás? __me preguntó. Tardé unos segundos en recuperarme de la carrera y luego le respondí con una nueva pregunta:
__¿Has visto el túnel que salía de la última sala que visitamos?
__¿Qué túnel? Cuando entramos yo miré toda la sala y no vi nada.
__Había uno que conducía a otra sala igual, solo que más pequeña __expliqué__. Entré en ella y vi una esfera azul que flotaba en el aire. La toqué y luego desapareció.
Alberto me miró durante unos instantes como si me hubiera vuelto loco.
__Diego, ¿seguro que estás bien? No había ningún túnel allí. Tanto estudiar debe de haberte vuelto majara.
Me dispuse a replicarle, pero entonces Fred volvió a retomar el camino hacia la salida de la cueva. De todas formas, estaba demasiado cansado como para iniciar una discusión. Lo único que quería era volver al autocar.
Por desgracia, después visitamos otras dos cuevas. Hicimos un pequeño descanso antes de entrar en la segunda para merendar. Por fin, cuando ya eran las ocho en punto, salimos de la última caverna que visitaríamos y nos dirigimos hacia el autocar. Nada más entrar me dejé caer en el asiento más cercano. Estaba muerto de agotamiento, y solo me quedaban fuerzas para reflexionar sobre lo que había sucedido. Todo indicaba que la esfera que había encontrado era una de las tres que describía la leyenda, pero aquello no podía ser posible. Intenté hallarle una explicación lógica, pero no se me ocurrió ninguna. Finalmente, me rendí, y decidí que lo mejor sería que descansase hasta llegar a la posada en la que pasaríamos la noche, y luego intentar resolver de nuevo aquel misterio.
- pokefan garcia
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Capítulo 3: El sueño
Me encontraba en lo alto de una montaña, observando atentamente el horizonte en busca del demonio. Sabía que tarde o temprano aparecería junto a su ejército para intentar abatirme, aún habiendo perdido las doscientas batallas anteriores. No era un rival que pudiera preocuparme, pero no debía de bajar la guardia bajo ningún concepto o aprovecharía para darme un golpe bajo y mortal.
Tardaron poco en aparecer. Los divisé a lo lejos, avanzando rápidamente por la arena de aquella zona árida y montañosa. Chasqué la lengua, divertido, a la vez que extendía hacia los lados mis gigantescas alas de dragón. Di un salto y caí en picado hacia el ejército de criaturas, encabezado por el dios del Inframundo, Inferno. Transmuté mi cuerpo en agua y giré en espiral formando un gigantesco tornado acuático. El dios demonio dio un salto y voló a toda velocidad para esquivarme. Su ejército, en cambio, tuvo menos suerte. Lo atravesé como si nada, ahogando a todo tipo de criaturas y rompiéndoles sus huesos por la fuerza del ataque. Luego ascendí y recompuse mi cuerpo de dragón al tiempo que me daba la vuelta para mirar a Inferno. El demonio me lanzó una esfera de color negro que tenía cargada en una mano. La desvié de un coletazo hacia una montaña que tenía cerca. La bola estalló al impactar contra la ladera provocando un pequeño desprendimiento. Golpeé a mi rival con una rápida descarga eléctrica que salía de toda mi piel escamosa. Durante unos instantes el ataque dio en Inferno, pero a los pocos segundos este se teletransportó provocando un pequeño destello negro que duró menos de un segundo. Percibí como se desplazaba por la cuarta dimensión a toda velocidad y me giré justo a tiempo con una garra levantada para bloquear un golpe de su guadaña. El demonio gruñó, frustrado, e intentó soltarse, pero yo lo tenía bien sujeto por su arma. Le pequé una patada en el pecho lanzándolo hacia abajo a toda velocidad. Acabó chocando contra el suelo dejando un gran agujero en él.
__¡Este es tu fin! __grité, triunfante, mientras preparaba un nuevo ataque, pero justo entonces una flecha lanzada seguramente por algún elfo se me clavó en un ojo. Rugí de dolor e, instintivamente, parpadeé. Aquello solo empeoró las cosas. La flecha se partió y se me clavó aun más.
Inferno aprovechó la ocasión y salió hacia mí recubierto por un escudo de energía ovalado y de un color violeta transparente. Mi rival me golpeó en el estómago con toda su fuerza y luego dijo:
__¿Decías?
Tenía que defenderme, pero el dolor me impedía realizar cualquier movimiento. El demonio canceló su escudo y me clavó su guadaña en el cuello para lanzarme hacia abajo. Choqué contra la tierra medio inconsciente levantando una gran polvareda. Las pocas criaturas que quedaban del ejército de Inferno se abalanzaron sobre mí y empezaron a golpearme por todos lados con sus armas. Normalmente, sus ataques no me hacen ni cosquillas siempre y cuando me den en las duras escamas que protegen mi cuerpo. Sin embargo, los ojos junto a las membranas de las alas son las dos partes vulnerables que tenemos los dragones.
A pesar de que seguía muy debilitado, no podía rendirme. Mi planeta dependía de mí, así que desplegué toda mi energía en una poderosa onda invisible que lanzó a todas las criaturas que tenía encima hacia los lados. Rodé hacia mi derecha para incorporarme sobre mis cuatro patas y luego alcé la vista hacia Inferno, que me miraba con una mezcla de sorpresa y miedo. Abrí la boca, donde empecé a cargar una esfera naranja de energía. Cuando el ataque estuvo preparado, al cabo de unos pocos segundos, lo lancé con todas mis fuerzas. De la bola de energía salió un rayo del mismo color dirigido a Inferno. El demonio, demasiado sorprendido como para moverse, se limitó a levantar un escudo a su alrededor. No le sirvió de nada. El rayo rompió la protección sin el menor esfuerzo y lo engulló por completo.
Al poco rato la energía del rayo se agotó y el dios del Inframundo calló al suelo arenoso de aquellas tierras. Volé a ras de suelo hasta llegar a su lado. Su armadura estaba rota y agrietada por numerosos sitios y su cuerpo lleno de heridas que emanaban una sangre negra como la noche. Levanté una pata delantera y mantuve a un metro de él, dispuesto a matarlo de una vez por todas, pero entonces el demonio murmuró una serie de palabras incomprensibles y comenzó a hundirse en el suelo como si se tratasen de arenas movedizas. Grité y me apresuré a cogerlo, pero ya era demasiado tarde. Había vuelto a su reino junto a los pocos miembros de su ejército que conservaban la vida. Di un zarpazo en la arena a la vez que lanzaba un rugido. Aun le quedaban fuerzas suficientes para un último hechizo, el que le había salvado la vida.
Me tumbé en el suelo y me puse a pensar en la batalla mientras notaba como se regeneraban todas mis heridas. La flecha de mi ojo calló al suelo, ensangrentada, pero no le presté demasiada atención. Aquella guerra había durado demasiado. No podía seguir luchando eternamente. Hacía siglos que no dormía y el cansancio se apoderaba de mi cuerpo cada vez más, menguando mis fuerzas. Bostecé. Tenía que mantenerme despierto hasta la próxima batalla, y luego matar a Inferno. Solo entonces podría descansar. Los parpados empezaron a bajárseme...
"¡Despierta, Diego!"
Una voz en mi cabeza me obligaba a continuar despierto, pero no sabía de quién era
__No soy Diego, soy Orión __murmuré, demasiado cansado como para prestarle atención.
***
__Eh, venga Diego, despierta.
Sentí que alguien me daba un golpe en el hombro y me desperté de golpe. Por un momento pensé que seguía en aquellas tierras áridas, tumbado en la arena, pero nos encontrábamos en el autocar. Debíamos de haber llegado ya a la posada donde íbamos a pasar la noche. Los demás alumnos ya se habían levantado y se dirigían hacia la salida. Algunos de ellos reían al verme.
__¡Por fin! Pensé que no te despertabas __dijo Alberto. Tuvo que ayudarme a levantar, pues estaba tan débil que apenas tenía fuerzas para mantenerme en pie. Salimos juntos del autobús y caminamos hacia el hostal. Durante el trayecto recordé el sueño una y otra vez. Me había resultado tan real... Casi como si fuera un recuerdo. Me pregunté si tendría algo que ver con la leyenda y la misteriosa esfera azul que había encontrado en las Cuevas de Altamira. Sin embargo, me sentía tan mal que podía pensar con demasiada claridad y decidí dejarlo.
La posada estaba cerca del autobús, por suerte. Era bastante pequeña y vieja. Una vez entramos me di cuenta, además, de que no se alojaba nadie en ella aparte de nosotros.
__Buenas noches __nos saludó una anciana bajita y con un moño en el pelo casi completamente blanco__. Soy Carmen, la dueña de la casa. ¿En qué puedo ayudarles?
__Buenas noches __repitió nuestro tutor__. Verá, somos los de la excursión. Llamamos hace un par de días para hacer una reserva. Creo que ya le habíamos pagado por adelantado.
__¡Ah, sí, ya me acuerdo! __exclamó Carmen tras cavilar unos segundos__. Os enseñaré a cada uno vuestra habitación. Seguidme, por favor.
Dicho esto, Carmen avanzó por un largo pasillo que había al lado de la recepción. Tenía el suelo hecho de madera y las paredes estaban pintadas de blanco, aunque en algunas zonas la pintura estaba ennegrecida y agrietada por el tiempo. Del techo colgaban cada pocos metros unas lámparas de brazos bañados en oro, cada uno con una bombilla. A los lados del pasillo había varias puertas que conducían a las habitaciones.
Durante la repartición de cuartos hubo muchas quejas y lloros por parte de las chicas, ya fuera porque no querían separarse de sus amigas cuando les tocaba en habitaciones distintas o porque no les gustaba el cuarto que les había tocado, pese que todos eran prácticamente iguales. En resumen, tonterías.
Por suerte, a Alberto y a mí nos tocó la misma habitación. Tenía un dormitorio con dos camas individuales. A un lado de las dos literas había dos mesitas de noche con un par de lámparas pequeñas encima de cada una de ellas. Había otra colgada del techo del mismo tipo que las del pasillo. En una esquina había un par de armarios y a un lado una ventana con cortinas azules. El baño estaba constituido por una ducha con bañera, un inodoro, un lavabo y un bidé. En el salón encontramos una mesa, un par de sillas, un sofá grande, otras dos ventanas con las mismas cortinas y otros muebles. Todo el suelo, excepto el del baño, estaba cubierto por una alfombra amarilla con dibujos de hojas.
__No está mal __comentó Alberto tras mirar toda la habitación__. Bueno, ¿qué hacemos mientras no nos traen la cena?
__Yo no tengo hambre __dije con voz débil__. Me voy a la cama.
__¡Oh, vamos, no te acuestes aun! __exclamó mi amigo__. Aguanta un poco más. Piensa en todas las cosas que podemos hacer.
__No, déjalo __respondí, y me dirigí hacia el dormitorio.
__La verdad es que tienes mala cara. Acuéstate, entonces. Buenas noches.
Contesté con un murmullo apenas audible mientras entraba en la habitación donde estaban las dos camas. Me dejé caer en la más cercana y, sin ponerme tan siquiera el pijama, me quedé profundamente dormido.
***
Aun no había abierto los ojos cuando percibí un delicioso olor. Al principio pensé que estaba soñando, pero cuando subí los párpados me di cuenta de que era Alberto, que se había puesto delante de mí con una bandeja sobre las manos en la que reposaba el desayuno.
__Despierta __dijo poniendo voz hipnótica__. Despierta ante el poder del desayuno.
__Ya estoy despierto __me senté sobre la cama y me desperecé.
__¿Cómo estás? __preguntó Alberto posando la bandeja sobre mis rodillas.
__Estoy... __empecé, y entonces me di cuenta de que ya no me sentía mal en absoluto. De hecho, me sentía mejor que nunca, como si fuese capaz de hacer cualquier cosa que me propusiese__. ¡Estoy de maravilla!
__Me alegro __respondió Alberto__. Desayuna rápido, que a las nueve tenemos que salir de la posada.
__Sí, sí __respondí, distraído. Acababa de darme cuenta de que estaba hambriento, pues no había comido nada la noche anterior. Deboré el cuenco de cereales y el plátano que había en la bandeja mientras mi amigo se entretenía jugando con su nintendo DS que había traído a la excursión. Una vez acabé me levanté de la cama, dejé la bandeja con el cuenco de cereales y la piel del plátano en la mesilla de noche y me dispuse a vestirme. Pero entonces me di cuenta de que ya llevaba la ropa puesta.
__¿Nos vamos ya? __preguntó Alberto apagando la consola. Asentí con la cabeza y salimos de la posada. Cerca del autobús ya estaban algunos alumnos. Tuvimos que esperar unos cuantos minutos más por algunos rezagados y luego subimos al enorme vehículo, que se puso en marcha rápidamente.
Durante el trayecto no me mareé nada, lo cual me extrañó mucho, ya que era algo que me pasaba siempre que viajaba en cualquier medio de transporte. Sintiéndome con suerte, saqué el libro de ciencias naturales, que había llevado para estudiar en la posada, de mi mochila y me puse a repasar. Me asombré aun más al notar que tampoco me mareaba leyendo.
Tras cinco largas horas de viaje el autocar llegó por fin al instituto. Guardé el libro, me levanté del asiento y comencé a avanzar lentamente junto a Alberto por el pasillo del vehículo debido a la gran cantidad de alumnos.
Una vez estuvimos todos fuera del autocar cada uno se fue a su casa. Ya eran las dos y media.
Alberto comenzó a correr a toda velocidad por la acera.
__¡Eh, espera! __le grité__. ¿A dónde vas?
Mi amigo se paró en seco y se giró hacia mí.
__Tengo que llegar a casa rápido para cuidar de mi hermana antes de que mis padres se vayan a trabajar. Ya nos veremos mañana, ¡adiós!
Dicho esto se marchó velozmente. Lo seguí con la mirada hasta que lo perdí de vista al doblar una esquina y luego me puse en marcha hacia mi casa yo también.
__Eh, ¿a dónde te crees que vas?
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, de los pies a la cabeza. Había reconocido la voz de quien me había hablado. Me di la vuelta esperanzado, deseando que no fuese quien ya pensaba, y se me cayó el alma a los pies al ver que tenía razón.
Me encontraba en lo alto de una montaña, observando atentamente el horizonte en busca del demonio. Sabía que tarde o temprano aparecería junto a su ejército para intentar abatirme, aún habiendo perdido las doscientas batallas anteriores. No era un rival que pudiera preocuparme, pero no debía de bajar la guardia bajo ningún concepto o aprovecharía para darme un golpe bajo y mortal.
Tardaron poco en aparecer. Los divisé a lo lejos, avanzando rápidamente por la arena de aquella zona árida y montañosa. Chasqué la lengua, divertido, a la vez que extendía hacia los lados mis gigantescas alas de dragón. Di un salto y caí en picado hacia el ejército de criaturas, encabezado por el dios del Inframundo, Inferno. Transmuté mi cuerpo en agua y giré en espiral formando un gigantesco tornado acuático. El dios demonio dio un salto y voló a toda velocidad para esquivarme. Su ejército, en cambio, tuvo menos suerte. Lo atravesé como si nada, ahogando a todo tipo de criaturas y rompiéndoles sus huesos por la fuerza del ataque. Luego ascendí y recompuse mi cuerpo de dragón al tiempo que me daba la vuelta para mirar a Inferno. El demonio me lanzó una esfera de color negro que tenía cargada en una mano. La desvié de un coletazo hacia una montaña que tenía cerca. La bola estalló al impactar contra la ladera provocando un pequeño desprendimiento. Golpeé a mi rival con una rápida descarga eléctrica que salía de toda mi piel escamosa. Durante unos instantes el ataque dio en Inferno, pero a los pocos segundos este se teletransportó provocando un pequeño destello negro que duró menos de un segundo. Percibí como se desplazaba por la cuarta dimensión a toda velocidad y me giré justo a tiempo con una garra levantada para bloquear un golpe de su guadaña. El demonio gruñó, frustrado, e intentó soltarse, pero yo lo tenía bien sujeto por su arma. Le pequé una patada en el pecho lanzándolo hacia abajo a toda velocidad. Acabó chocando contra el suelo dejando un gran agujero en él.
__¡Este es tu fin! __grité, triunfante, mientras preparaba un nuevo ataque, pero justo entonces una flecha lanzada seguramente por algún elfo se me clavó en un ojo. Rugí de dolor e, instintivamente, parpadeé. Aquello solo empeoró las cosas. La flecha se partió y se me clavó aun más.
Inferno aprovechó la ocasión y salió hacia mí recubierto por un escudo de energía ovalado y de un color violeta transparente. Mi rival me golpeó en el estómago con toda su fuerza y luego dijo:
__¿Decías?
Tenía que defenderme, pero el dolor me impedía realizar cualquier movimiento. El demonio canceló su escudo y me clavó su guadaña en el cuello para lanzarme hacia abajo. Choqué contra la tierra medio inconsciente levantando una gran polvareda. Las pocas criaturas que quedaban del ejército de Inferno se abalanzaron sobre mí y empezaron a golpearme por todos lados con sus armas. Normalmente, sus ataques no me hacen ni cosquillas siempre y cuando me den en las duras escamas que protegen mi cuerpo. Sin embargo, los ojos junto a las membranas de las alas son las dos partes vulnerables que tenemos los dragones.
A pesar de que seguía muy debilitado, no podía rendirme. Mi planeta dependía de mí, así que desplegué toda mi energía en una poderosa onda invisible que lanzó a todas las criaturas que tenía encima hacia los lados. Rodé hacia mi derecha para incorporarme sobre mis cuatro patas y luego alcé la vista hacia Inferno, que me miraba con una mezcla de sorpresa y miedo. Abrí la boca, donde empecé a cargar una esfera naranja de energía. Cuando el ataque estuvo preparado, al cabo de unos pocos segundos, lo lancé con todas mis fuerzas. De la bola de energía salió un rayo del mismo color dirigido a Inferno. El demonio, demasiado sorprendido como para moverse, se limitó a levantar un escudo a su alrededor. No le sirvió de nada. El rayo rompió la protección sin el menor esfuerzo y lo engulló por completo.
Al poco rato la energía del rayo se agotó y el dios del Inframundo calló al suelo arenoso de aquellas tierras. Volé a ras de suelo hasta llegar a su lado. Su armadura estaba rota y agrietada por numerosos sitios y su cuerpo lleno de heridas que emanaban una sangre negra como la noche. Levanté una pata delantera y mantuve a un metro de él, dispuesto a matarlo de una vez por todas, pero entonces el demonio murmuró una serie de palabras incomprensibles y comenzó a hundirse en el suelo como si se tratasen de arenas movedizas. Grité y me apresuré a cogerlo, pero ya era demasiado tarde. Había vuelto a su reino junto a los pocos miembros de su ejército que conservaban la vida. Di un zarpazo en la arena a la vez que lanzaba un rugido. Aun le quedaban fuerzas suficientes para un último hechizo, el que le había salvado la vida.
Me tumbé en el suelo y me puse a pensar en la batalla mientras notaba como se regeneraban todas mis heridas. La flecha de mi ojo calló al suelo, ensangrentada, pero no le presté demasiada atención. Aquella guerra había durado demasiado. No podía seguir luchando eternamente. Hacía siglos que no dormía y el cansancio se apoderaba de mi cuerpo cada vez más, menguando mis fuerzas. Bostecé. Tenía que mantenerme despierto hasta la próxima batalla, y luego matar a Inferno. Solo entonces podría descansar. Los parpados empezaron a bajárseme...
"¡Despierta, Diego!"
Una voz en mi cabeza me obligaba a continuar despierto, pero no sabía de quién era
__No soy Diego, soy Orión __murmuré, demasiado cansado como para prestarle atención.
***
__Eh, venga Diego, despierta.
Sentí que alguien me daba un golpe en el hombro y me desperté de golpe. Por un momento pensé que seguía en aquellas tierras áridas, tumbado en la arena, pero nos encontrábamos en el autocar. Debíamos de haber llegado ya a la posada donde íbamos a pasar la noche. Los demás alumnos ya se habían levantado y se dirigían hacia la salida. Algunos de ellos reían al verme.
__¡Por fin! Pensé que no te despertabas __dijo Alberto. Tuvo que ayudarme a levantar, pues estaba tan débil que apenas tenía fuerzas para mantenerme en pie. Salimos juntos del autobús y caminamos hacia el hostal. Durante el trayecto recordé el sueño una y otra vez. Me había resultado tan real... Casi como si fuera un recuerdo. Me pregunté si tendría algo que ver con la leyenda y la misteriosa esfera azul que había encontrado en las Cuevas de Altamira. Sin embargo, me sentía tan mal que podía pensar con demasiada claridad y decidí dejarlo.
La posada estaba cerca del autobús, por suerte. Era bastante pequeña y vieja. Una vez entramos me di cuenta, además, de que no se alojaba nadie en ella aparte de nosotros.
__Buenas noches __nos saludó una anciana bajita y con un moño en el pelo casi completamente blanco__. Soy Carmen, la dueña de la casa. ¿En qué puedo ayudarles?
__Buenas noches __repitió nuestro tutor__. Verá, somos los de la excursión. Llamamos hace un par de días para hacer una reserva. Creo que ya le habíamos pagado por adelantado.
__¡Ah, sí, ya me acuerdo! __exclamó Carmen tras cavilar unos segundos__. Os enseñaré a cada uno vuestra habitación. Seguidme, por favor.
Dicho esto, Carmen avanzó por un largo pasillo que había al lado de la recepción. Tenía el suelo hecho de madera y las paredes estaban pintadas de blanco, aunque en algunas zonas la pintura estaba ennegrecida y agrietada por el tiempo. Del techo colgaban cada pocos metros unas lámparas de brazos bañados en oro, cada uno con una bombilla. A los lados del pasillo había varias puertas que conducían a las habitaciones.
Durante la repartición de cuartos hubo muchas quejas y lloros por parte de las chicas, ya fuera porque no querían separarse de sus amigas cuando les tocaba en habitaciones distintas o porque no les gustaba el cuarto que les había tocado, pese que todos eran prácticamente iguales. En resumen, tonterías.
Por suerte, a Alberto y a mí nos tocó la misma habitación. Tenía un dormitorio con dos camas individuales. A un lado de las dos literas había dos mesitas de noche con un par de lámparas pequeñas encima de cada una de ellas. Había otra colgada del techo del mismo tipo que las del pasillo. En una esquina había un par de armarios y a un lado una ventana con cortinas azules. El baño estaba constituido por una ducha con bañera, un inodoro, un lavabo y un bidé. En el salón encontramos una mesa, un par de sillas, un sofá grande, otras dos ventanas con las mismas cortinas y otros muebles. Todo el suelo, excepto el del baño, estaba cubierto por una alfombra amarilla con dibujos de hojas.
__No está mal __comentó Alberto tras mirar toda la habitación__. Bueno, ¿qué hacemos mientras no nos traen la cena?
__Yo no tengo hambre __dije con voz débil__. Me voy a la cama.
__¡Oh, vamos, no te acuestes aun! __exclamó mi amigo__. Aguanta un poco más. Piensa en todas las cosas que podemos hacer.
__No, déjalo __respondí, y me dirigí hacia el dormitorio.
__La verdad es que tienes mala cara. Acuéstate, entonces. Buenas noches.
Contesté con un murmullo apenas audible mientras entraba en la habitación donde estaban las dos camas. Me dejé caer en la más cercana y, sin ponerme tan siquiera el pijama, me quedé profundamente dormido.
***
Aun no había abierto los ojos cuando percibí un delicioso olor. Al principio pensé que estaba soñando, pero cuando subí los párpados me di cuenta de que era Alberto, que se había puesto delante de mí con una bandeja sobre las manos en la que reposaba el desayuno.
__Despierta __dijo poniendo voz hipnótica__. Despierta ante el poder del desayuno.
__Ya estoy despierto __me senté sobre la cama y me desperecé.
__¿Cómo estás? __preguntó Alberto posando la bandeja sobre mis rodillas.
__Estoy... __empecé, y entonces me di cuenta de que ya no me sentía mal en absoluto. De hecho, me sentía mejor que nunca, como si fuese capaz de hacer cualquier cosa que me propusiese__. ¡Estoy de maravilla!
__Me alegro __respondió Alberto__. Desayuna rápido, que a las nueve tenemos que salir de la posada.
__Sí, sí __respondí, distraído. Acababa de darme cuenta de que estaba hambriento, pues no había comido nada la noche anterior. Deboré el cuenco de cereales y el plátano que había en la bandeja mientras mi amigo se entretenía jugando con su nintendo DS que había traído a la excursión. Una vez acabé me levanté de la cama, dejé la bandeja con el cuenco de cereales y la piel del plátano en la mesilla de noche y me dispuse a vestirme. Pero entonces me di cuenta de que ya llevaba la ropa puesta.
__¿Nos vamos ya? __preguntó Alberto apagando la consola. Asentí con la cabeza y salimos de la posada. Cerca del autobús ya estaban algunos alumnos. Tuvimos que esperar unos cuantos minutos más por algunos rezagados y luego subimos al enorme vehículo, que se puso en marcha rápidamente.
Durante el trayecto no me mareé nada, lo cual me extrañó mucho, ya que era algo que me pasaba siempre que viajaba en cualquier medio de transporte. Sintiéndome con suerte, saqué el libro de ciencias naturales, que había llevado para estudiar en la posada, de mi mochila y me puse a repasar. Me asombré aun más al notar que tampoco me mareaba leyendo.
Tras cinco largas horas de viaje el autocar llegó por fin al instituto. Guardé el libro, me levanté del asiento y comencé a avanzar lentamente junto a Alberto por el pasillo del vehículo debido a la gran cantidad de alumnos.
Una vez estuvimos todos fuera del autocar cada uno se fue a su casa. Ya eran las dos y media.
Alberto comenzó a correr a toda velocidad por la acera.
__¡Eh, espera! __le grité__. ¿A dónde vas?
Mi amigo se paró en seco y se giró hacia mí.
__Tengo que llegar a casa rápido para cuidar de mi hermana antes de que mis padres se vayan a trabajar. Ya nos veremos mañana, ¡adiós!
Dicho esto se marchó velozmente. Lo seguí con la mirada hasta que lo perdí de vista al doblar una esquina y luego me puse en marcha hacia mi casa yo también.
__Eh, ¿a dónde te crees que vas?
Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo, de los pies a la cabeza. Había reconocido la voz de quien me había hablado. Me di la vuelta esperanzado, deseando que no fuese quien ya pensaba, y se me cayó el alma a los pies al ver que tenía razón.
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Capítulo 4: Nuevas habilidades
Omar y Iago, los dos matones más famosos de la escuela. Omar era enorme y muy corpulento, con el pelo corto y negro, los ojos de color castaño oscuro y estaba muy moreno. Iago era su perrito faldero, más bajo que él, pero más alto que yo. Tenía el pelo rubio largo y de punta, los ojos azules y era delgado.
Por alguna razón que no conocía, me habían cogido manía desde el primer día de instituto. Durante el recreo entraban en nuestra clase para esconderme mis cosas, se burlaban de mí y cuando nos encontrábamos por casualidad, siempre me daban un empujón con el hombro. Yo acabé diciéndoselo a los profesores, que les pararon los pies. Las abusiones cesaron, pero solo en el recinto escolar. Fuera seguían martirizándome aun más después de quejarme a los profesores. Por suerte, Alberto siempre había estado conmigo. Él era más alto que Iago, pero no tanto como Omar. A pesar de que los dos matones podrían reducirlo si quisieran, sabían lo fiero que llegaba a ser cuando se cabreaba, así que preferían evitarlo.
__Vaya, parece que hoy no está tu amiguito para defenderte __dijo Omar dando un paso hacia mí__. No te sientes tan valiente cuando estás solo, ¿eh?
Aquello podría haberme ofendido, pero estaba tan asustado que no pensé en ello. Me metí las manos en los bolsillos de mi sudadera para que no vieran como me temblaban. Ahora que no estaba Alberto nada me libraría de una buena paliza. ¿Qué podía hacer? Si les contestaba aun sería peor, y si me quedaba ahí parado sin hacer nada se meterían más conmigo. Por un momento pensé en salir corriendo, pero las piernas no me respondían.
__¿Qué vas a hacer? __preguntó de nuevo Omar__. ¿Huir como la gallina que eres?
Iago soltó una carcajada. Tenía una risa desagradable, como la de una hiena. Sin mediar palabra me di la vuelta y comencé a caminar hacia mi casa a paso rápido. Como era de esperar, Iago y Omar me siguieron. Las calles estaba desiertas, pues a esa hora todo el mundo estaba comiendo en sus casas, de modo que nadie nos veía.
Fue el camino a casa más largo y tedioso de mi vida. Durante el trayecto los dos matones fueron riéndose, burlándose de mí y empujándome. Yo soy un hombre muy pacífico y casi nunca me altero por nada, pero aquello fue la gota que colmó el baso. Pese a que seguía muy asustado, me di la vuelta hacia ellos temblando de ira y grité:
__¡¿Queréis parar de una vez?!
Una boca de incendios cercana estalló y un gran chorro de agua salió disparado hacia arriba. Omar y Iago lo observaron durante unos instantes y luego desviaron la mirada hacia mí, como si hubiese provocado yo la explosión.
__Mira por donde. El enano se ha revelado __dijo Omar sonriendo tranquilamente__. Habíamos pensado en dejarte cuando llegases a casa, pero veo que tendremos que darte unos cuantos golpes para que aprendas.
Omar se acercó a mí lentamente, seguido de Iago y crujiendo los nudillos con una maligna sonrisa en la cara. Cuando estuvo justo delante de mí, echó el brazo hacia atrás con el puño cerrado preparado para golpearme. Ceré los ojos con fuerza y apreté los dientes, esperando con temor el impacto, pero lo único que noté fue una leve presión en la mejilla. Abrí los párpados y lo que vi me dejó mudo de asombro. Omar estaba inclinado, agarrándose el puño con el que me había golpeado y aullando de dolor. Me lanzó una mirada asesina y gritó dirigiéndose a Iago:
__¡No te quedes ahí parado! ¡Ve a por él!
Su compañero asintió y comenzó ha correr hacia mí. Cuando estuvo cerca echó una pierna hacia atrás y la descargó con fuerza hacia delante. Instintivamente la cogí y lancé al matón hacia un lado con una fuerza sorprendente. El chico cayó sobre el chorro de agua que salía a raudales de la destrozada boca de incendios y resbaló por la acera mojada hasta chocar con la cabeza contra la pared de un edificio. Luego se encogió y comenzó a sollozar agarrándose la zona golpeada con las dos manos.
Me volví hacia Omar al oír su grito de rabia. La mole alargó las manos hacia mi cuello dispuesto a estrangularme, pero yo fui más rápido, para mi gran sorpresa. Lo venía a venir a cámara lenta. Le sujeté las muñecas con mis manos, se las retorcí haciendo que soltase un grito de dolor y lo lancé hacia atrás con una fuerte patada en el estómago. Casi al instante vi a Iago por el rabillo del ojo. Se había recuperado del golpe en la cabeza y ahora se lanzaba encima mía. Di un salto de por lo menos dos metros de altura dejándolo pasar por debajo de mí, por lo que acabó cayendo encima de Omar. Este se lo quitó de encima de un empujón y se levantó echando chispas por los ojos. Metió una mano en el bolsillo de sus pantalones y sacó una navaja que abrió con un golpe de su pulgar. El corazón se me encogió del miedo, pero una fuerza en mi interior me empujó a luchar. Omar lanzó el brazo en el que sostenía el arma hacia mi pecho. Extendí la palma de mi mano abierta para protegerme de la cuchillada. Sentí una punzada de dolor cuando la cuchilla me perforó la piel, pero empujé el brazo hacia delante con fuerza, tanta que el filo de la navaja se dobló.
Omar retrocedió unos pasos y estuvo a punto de caerse al suelo. Su temblorosa mano dejó caer la navaja al suelo y dijo con voz entrecortada y temblorosa:
__Este tío no es normal. ¡Vámonos de aquí!
Dicho esto se fue corriendo seguido a toda prisa por Iago.
Una sonrisa cruzó mi rostro de oreja a oreja. Era la primera vez que sonreía con tanta alegría. Miré como huían durante unos instantes, hasta que me di la vuelta y retomé mi camino hacia casa.
Llegué a los pocos minutos, tan atontado que me costó un buen rato meter la llave correcta en la cerradura del portal. Cuando por fin lo conseguí, subí en el ascensor del edificio hasta el cuarto piso y entre por la puerta que daba a mi piso tras abrirla con la llave. La cerré y fui hasta la cocina sin dejar de pensar.
"Esto tiene que ser un sueño" pensé. Era imposible que yo (o cualquier otro ser humano) pudiera deshacerse de dos matones con tanta fuerza y agilidad, y menos aun sobrevivir a la puñalada de una navaja sin otra consecuencia que una pequeña herida.
Distraidamente, pasé la mano por los uno de los numerosos azulejos que componían la pared de la cocina. Lo noté frío y liso. No, aquello no era ningún sueño, y no sabía si alegrarme o no.
De repente, sentí un cosquilleo en la palma de la mano que aun tenía apoyada en la pared. La retiré y la miré fijamente. Se me quedaron los ojos como platos por la sorpresa al ver como una fina capa de hielo iba cubriendo la herida rápidamente. La fina línea roja desapareció bajo la escarcha. Giré la palma de la mano hacia abajo y el hielo calló al suelo como un fino polvillo brillante.Volví a observar la palma. Estaba completamente lisa. La herida había desaparecido sin dejar cicatriz.
Aquello era de locos. A lo mejor estaba perdiendo la cabeza. O puede que fuese un delirio provocado por la enfermedad porque no aun no se me había curado del todo. Sin embargo, me sentía perfectamente...
Mientras cavilaba sobre todo esto, me percaté de que la casa estaba más silenciosa de lo habitual. Pasé la mirada por la cocina hasta hallar una nota pegada al frigorífico que decía lo siguiente:
"Querido Diego:
Sentimos mucho no estar en casa para recibirte después de la excursión, pero es que nos han surgido unos asuntos en el trabajo."
Levanté la vista de la nota con un suspiro. Papá y mamá trabajan los dos juntos en un hospital, como médico y enfermera respectivamente. A veces, cuando hay un accidente muy grave con muchos heridos, los llaman porque necesitan personal extra.
Bajé la vista hacia la nota y seguí leyendo.
"Te he dejado la comida en la nevera. Cógela y caliéntala en el microondas. Volveremos pronto.
Un beso
Mamá"
Dejé la nota encima de la mesa de la cocina. Es una mesa pequeña y bastante normal, hecha de madera, solo que tiene una placa de mármol más grande encima que la hace muy amplia.
En aquel momento no tenía hambre, pero sí mucha sed. Cogí un baso de un estante y abrí la puerta de la nevera. Pasé de largo el plato de carne, champiñones y patatas fritas ya preparado que tenía en frente y busqué con ojos ansiosos la jarra del agua. Solté un gruñido de frustación al verla vacía. Cerré la puerta de la nevera y me puse a pensar dónde podrían estar las garrafas del agua. Era muy raro que el jarra estuviera vacía, ya que mi madre es muy atenta para esas cosas, y nunca había tenido que rellenarla yo, así que no sabía donde estaban las garrafas.
Entonces oí un ruido que desvió mi atención. Giré la cabeza hacia el baso que sostenía en mi mano y descubrí con asombro que se estaba llenando de agua. El líquido transparente provenía de un fino hilo suspendido por arte de magia en el aire. Lo seguí, incrédulo. Salí de la cocina y crucé el pasillo hasta llegar a la puerta de la despensa. El hilo de agua se colaba por debajo de esta. La abrí, encendí la luz y vi un par de garrafas de plástico de pie, en el suelo, y con agua en su interior. Una de ellas tenía el tapón en el suelo y de su boca de plástico salía el hilo de agua. Observé la escena, temblando por la sorpresa, hasta que un ruido de salpicadura me sacó de mi ensimismamiento. Miré el baso que aún sujetaba en la mano y me di cuenta de que el agua se estaba derramando hasta el suelo, produciendo ese sonido.
__¡Para! __grité llevado por el asombro, y el hilo de líquido que salía de la garrafa cayó al suelo salpicando por todas partes, como si la fuerza que la sostenía hubiese dejado de hacer efecto. Por si fuera poco, el baso a rebosar de agua se me cayó por la conmoción, mojando el suelo de la despensa aun más.
Volví a la cocina a por una balleta, una escoba y un recogedor. Limpié el agua y luego recogí los trozos de cristal y los tiré a la basura. Después, cogí un folio, la libreta que había llevado a la excursión y me puse a hacer la redacción. Normalmente me enfrasco tanto en los deberes que mis padres tienen que llamarme a gritos para atraer mi atención. No obstante, aquella vez casi no hice nada. Solo puse mi nombre y el curso. No podía concentrarme, por mucho que me esforzase, en hacer el trabajo. Mis pensamientos estaban en los sucesos de aquel día y el anterior. Primero había encontrado la misteriosa esfera azul en las cuevas. Después, había vencido a Iago y a Omar con total facilidad y, por último, la herida que se me había curado en tan solo unos pocos segundos y lo del agua que entraba por si solo en el baso. "A lo mejor es que tengo poderes de nacimiento" pensé, pero no podía ser porque nunca me había ocurrido nada semejante. La causa tenía que estar en la misteriosa esfera azul. Entonces recordé la leyenda que nos había contado el guía de las Cuevas de Altamira. ¿Sería cierto que la esfera me había elegido a mí?
Omar y Iago, los dos matones más famosos de la escuela. Omar era enorme y muy corpulento, con el pelo corto y negro, los ojos de color castaño oscuro y estaba muy moreno. Iago era su perrito faldero, más bajo que él, pero más alto que yo. Tenía el pelo rubio largo y de punta, los ojos azules y era delgado.
Por alguna razón que no conocía, me habían cogido manía desde el primer día de instituto. Durante el recreo entraban en nuestra clase para esconderme mis cosas, se burlaban de mí y cuando nos encontrábamos por casualidad, siempre me daban un empujón con el hombro. Yo acabé diciéndoselo a los profesores, que les pararon los pies. Las abusiones cesaron, pero solo en el recinto escolar. Fuera seguían martirizándome aun más después de quejarme a los profesores. Por suerte, Alberto siempre había estado conmigo. Él era más alto que Iago, pero no tanto como Omar. A pesar de que los dos matones podrían reducirlo si quisieran, sabían lo fiero que llegaba a ser cuando se cabreaba, así que preferían evitarlo.
__Vaya, parece que hoy no está tu amiguito para defenderte __dijo Omar dando un paso hacia mí__. No te sientes tan valiente cuando estás solo, ¿eh?
Aquello podría haberme ofendido, pero estaba tan asustado que no pensé en ello. Me metí las manos en los bolsillos de mi sudadera para que no vieran como me temblaban. Ahora que no estaba Alberto nada me libraría de una buena paliza. ¿Qué podía hacer? Si les contestaba aun sería peor, y si me quedaba ahí parado sin hacer nada se meterían más conmigo. Por un momento pensé en salir corriendo, pero las piernas no me respondían.
__¿Qué vas a hacer? __preguntó de nuevo Omar__. ¿Huir como la gallina que eres?
Iago soltó una carcajada. Tenía una risa desagradable, como la de una hiena. Sin mediar palabra me di la vuelta y comencé a caminar hacia mi casa a paso rápido. Como era de esperar, Iago y Omar me siguieron. Las calles estaba desiertas, pues a esa hora todo el mundo estaba comiendo en sus casas, de modo que nadie nos veía.
Fue el camino a casa más largo y tedioso de mi vida. Durante el trayecto los dos matones fueron riéndose, burlándose de mí y empujándome. Yo soy un hombre muy pacífico y casi nunca me altero por nada, pero aquello fue la gota que colmó el baso. Pese a que seguía muy asustado, me di la vuelta hacia ellos temblando de ira y grité:
__¡¿Queréis parar de una vez?!
Una boca de incendios cercana estalló y un gran chorro de agua salió disparado hacia arriba. Omar y Iago lo observaron durante unos instantes y luego desviaron la mirada hacia mí, como si hubiese provocado yo la explosión.
__Mira por donde. El enano se ha revelado __dijo Omar sonriendo tranquilamente__. Habíamos pensado en dejarte cuando llegases a casa, pero veo que tendremos que darte unos cuantos golpes para que aprendas.
Omar se acercó a mí lentamente, seguido de Iago y crujiendo los nudillos con una maligna sonrisa en la cara. Cuando estuvo justo delante de mí, echó el brazo hacia atrás con el puño cerrado preparado para golpearme. Ceré los ojos con fuerza y apreté los dientes, esperando con temor el impacto, pero lo único que noté fue una leve presión en la mejilla. Abrí los párpados y lo que vi me dejó mudo de asombro. Omar estaba inclinado, agarrándose el puño con el que me había golpeado y aullando de dolor. Me lanzó una mirada asesina y gritó dirigiéndose a Iago:
__¡No te quedes ahí parado! ¡Ve a por él!
Su compañero asintió y comenzó ha correr hacia mí. Cuando estuvo cerca echó una pierna hacia atrás y la descargó con fuerza hacia delante. Instintivamente la cogí y lancé al matón hacia un lado con una fuerza sorprendente. El chico cayó sobre el chorro de agua que salía a raudales de la destrozada boca de incendios y resbaló por la acera mojada hasta chocar con la cabeza contra la pared de un edificio. Luego se encogió y comenzó a sollozar agarrándose la zona golpeada con las dos manos.
Me volví hacia Omar al oír su grito de rabia. La mole alargó las manos hacia mi cuello dispuesto a estrangularme, pero yo fui más rápido, para mi gran sorpresa. Lo venía a venir a cámara lenta. Le sujeté las muñecas con mis manos, se las retorcí haciendo que soltase un grito de dolor y lo lancé hacia atrás con una fuerte patada en el estómago. Casi al instante vi a Iago por el rabillo del ojo. Se había recuperado del golpe en la cabeza y ahora se lanzaba encima mía. Di un salto de por lo menos dos metros de altura dejándolo pasar por debajo de mí, por lo que acabó cayendo encima de Omar. Este se lo quitó de encima de un empujón y se levantó echando chispas por los ojos. Metió una mano en el bolsillo de sus pantalones y sacó una navaja que abrió con un golpe de su pulgar. El corazón se me encogió del miedo, pero una fuerza en mi interior me empujó a luchar. Omar lanzó el brazo en el que sostenía el arma hacia mi pecho. Extendí la palma de mi mano abierta para protegerme de la cuchillada. Sentí una punzada de dolor cuando la cuchilla me perforó la piel, pero empujé el brazo hacia delante con fuerza, tanta que el filo de la navaja se dobló.
Omar retrocedió unos pasos y estuvo a punto de caerse al suelo. Su temblorosa mano dejó caer la navaja al suelo y dijo con voz entrecortada y temblorosa:
__Este tío no es normal. ¡Vámonos de aquí!
Dicho esto se fue corriendo seguido a toda prisa por Iago.
Una sonrisa cruzó mi rostro de oreja a oreja. Era la primera vez que sonreía con tanta alegría. Miré como huían durante unos instantes, hasta que me di la vuelta y retomé mi camino hacia casa.
Llegué a los pocos minutos, tan atontado que me costó un buen rato meter la llave correcta en la cerradura del portal. Cuando por fin lo conseguí, subí en el ascensor del edificio hasta el cuarto piso y entre por la puerta que daba a mi piso tras abrirla con la llave. La cerré y fui hasta la cocina sin dejar de pensar.
"Esto tiene que ser un sueño" pensé. Era imposible que yo (o cualquier otro ser humano) pudiera deshacerse de dos matones con tanta fuerza y agilidad, y menos aun sobrevivir a la puñalada de una navaja sin otra consecuencia que una pequeña herida.
Distraidamente, pasé la mano por los uno de los numerosos azulejos que componían la pared de la cocina. Lo noté frío y liso. No, aquello no era ningún sueño, y no sabía si alegrarme o no.
De repente, sentí un cosquilleo en la palma de la mano que aun tenía apoyada en la pared. La retiré y la miré fijamente. Se me quedaron los ojos como platos por la sorpresa al ver como una fina capa de hielo iba cubriendo la herida rápidamente. La fina línea roja desapareció bajo la escarcha. Giré la palma de la mano hacia abajo y el hielo calló al suelo como un fino polvillo brillante.Volví a observar la palma. Estaba completamente lisa. La herida había desaparecido sin dejar cicatriz.
Aquello era de locos. A lo mejor estaba perdiendo la cabeza. O puede que fuese un delirio provocado por la enfermedad porque no aun no se me había curado del todo. Sin embargo, me sentía perfectamente...
Mientras cavilaba sobre todo esto, me percaté de que la casa estaba más silenciosa de lo habitual. Pasé la mirada por la cocina hasta hallar una nota pegada al frigorífico que decía lo siguiente:
"Querido Diego:
Sentimos mucho no estar en casa para recibirte después de la excursión, pero es que nos han surgido unos asuntos en el trabajo."
Levanté la vista de la nota con un suspiro. Papá y mamá trabajan los dos juntos en un hospital, como médico y enfermera respectivamente. A veces, cuando hay un accidente muy grave con muchos heridos, los llaman porque necesitan personal extra.
Bajé la vista hacia la nota y seguí leyendo.
"Te he dejado la comida en la nevera. Cógela y caliéntala en el microondas. Volveremos pronto.
Un beso
Mamá"
Dejé la nota encima de la mesa de la cocina. Es una mesa pequeña y bastante normal, hecha de madera, solo que tiene una placa de mármol más grande encima que la hace muy amplia.
En aquel momento no tenía hambre, pero sí mucha sed. Cogí un baso de un estante y abrí la puerta de la nevera. Pasé de largo el plato de carne, champiñones y patatas fritas ya preparado que tenía en frente y busqué con ojos ansiosos la jarra del agua. Solté un gruñido de frustación al verla vacía. Cerré la puerta de la nevera y me puse a pensar dónde podrían estar las garrafas del agua. Era muy raro que el jarra estuviera vacía, ya que mi madre es muy atenta para esas cosas, y nunca había tenido que rellenarla yo, así que no sabía donde estaban las garrafas.
Entonces oí un ruido que desvió mi atención. Giré la cabeza hacia el baso que sostenía en mi mano y descubrí con asombro que se estaba llenando de agua. El líquido transparente provenía de un fino hilo suspendido por arte de magia en el aire. Lo seguí, incrédulo. Salí de la cocina y crucé el pasillo hasta llegar a la puerta de la despensa. El hilo de agua se colaba por debajo de esta. La abrí, encendí la luz y vi un par de garrafas de plástico de pie, en el suelo, y con agua en su interior. Una de ellas tenía el tapón en el suelo y de su boca de plástico salía el hilo de agua. Observé la escena, temblando por la sorpresa, hasta que un ruido de salpicadura me sacó de mi ensimismamiento. Miré el baso que aún sujetaba en la mano y me di cuenta de que el agua se estaba derramando hasta el suelo, produciendo ese sonido.
__¡Para! __grité llevado por el asombro, y el hilo de líquido que salía de la garrafa cayó al suelo salpicando por todas partes, como si la fuerza que la sostenía hubiese dejado de hacer efecto. Por si fuera poco, el baso a rebosar de agua se me cayó por la conmoción, mojando el suelo de la despensa aun más.
Volví a la cocina a por una balleta, una escoba y un recogedor. Limpié el agua y luego recogí los trozos de cristal y los tiré a la basura. Después, cogí un folio, la libreta que había llevado a la excursión y me puse a hacer la redacción. Normalmente me enfrasco tanto en los deberes que mis padres tienen que llamarme a gritos para atraer mi atención. No obstante, aquella vez casi no hice nada. Solo puse mi nombre y el curso. No podía concentrarme, por mucho que me esforzase, en hacer el trabajo. Mis pensamientos estaban en los sucesos de aquel día y el anterior. Primero había encontrado la misteriosa esfera azul en las cuevas. Después, había vencido a Iago y a Omar con total facilidad y, por último, la herida que se me había curado en tan solo unos pocos segundos y lo del agua que entraba por si solo en el baso. "A lo mejor es que tengo poderes de nacimiento" pensé, pero no podía ser porque nunca me había ocurrido nada semejante. La causa tenía que estar en la misteriosa esfera azul. Entonces recordé la leyenda que nos había contado el guía de las Cuevas de Altamira. ¿Sería cierto que la esfera me había elegido a mí?
- pokefanatico_alberto
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